miércoles, 9 de diciembre de 2009

No se lo cuentes a nadie, por fa

No se lo cuentes a nadie, por fa


Susana se apartó bruscamente de él, llorando. Acababa de decirle que estaba embarazada. Carlos no supo qué responder y se mantuvo callado. Susana dio, furiosa y desesperada, un zapatazo en el suelo y se marchó. Ambos estaban en un rincón de las gradas de la piscina, solos. sin embargo, algunos los miraban desde lejos, tras la cerca. Era la hora del receso y todos andaban fuera de clases.
Carlos buscó a Javier y le contó todo en cámara rápida.
- ¿Y qué vas a hacer?
- Lo que haya que hacer. No voy a dejarla sola en esto - le respondió Carlos. Dicho esto, ambos corrieron a sus respectivas aulas de clase. Estaban retrasados.
Carlos en realidad no tenía idea de nada. Sabía que apoyaría a Susana en todo lo que hubiera que apoyarla, lo cual significaba que tal vez debía prepararse para casarse con ella y tener al bebé. Pero si decidían no tener al bebé, él igualmente la apoyaría para abortar. En ese caso, debía buscar el dinero necesario.
A la salida de clases se fue a la entrada principal del liceo a esperar a Susana. Esperaba que estuviera más calmada y pudieran hablar mejor. Pero Susana se había marchado a su casa después del receso de las once de la mañana. Eso se lo dijo Lorena, una de las compañera de clase de Susana.
Carlos llamó Susana a su casa, pero aún no había llegado. Según su mamá, la señora Mercedes, Susy aún estaba en clases.
Carlos sabía que las cosas no estaban para perder tiempo, así que desde ese mismo teléfono público se puso en contacto con su tío Omar, quien era apenas unos seis años mayor que él, y ya trabajaba y estudiaba en la universidad.
Se reunieron en el cafetín de Macro, donde Omar trabajaba como asistente de compras. Cuando Carlos le contó, Omar reaccionó más como un tío que como un amigo:
- Pero, ¿se te volvió agua el cerebro? ¿En qué carajo andabas pensando, tarado? ¿Tienes idea de la dimensión del peo en el que andas metido?
- Sí - respondió, sin apartar la mirada del vaso de limonada que aún se estaba tomando.
- Imagino que si me vienes con el cuento es porque no le has nada aún ni Mario ni a tu mamá, ¿no es así?
- No, no se lo he contado a nadie. Pero es que apenas me enteré esta mañana, como a las once.
- ¿Y qué quieres de mí?
- Necesito saber cuánto cuesta un aborto.
- Mucha plata. Como un millón.
- ¡Un millón! - exclamó Carlos, abriendo los ojos de tal forma que parecía se le iban a salir.
- Más o menos, quizás más, quizás un poco menos. Déjame averiguar. ¿Cuando vas a hablar con tus padres?
- Tal vez no les diga nada y necesito me des tu palabra que tampoco lo harás sin mi autorización.
- Eso no te lo puedo prometer. Déjame ver como van pasando las cosas y veremos.
- No te preocupes, haremos las cosas bien. Estoy dispuesto a casarme con ella. O si no, la ayudaré con lo del aborto.
- ¿Qué edad tiene la niñita esa, Susana?
- En noviembre cumple dieciseis.
- Es decir, dentro de ocho meses. La carajita tiene quince años, tarado. Es una menor. Si no nos movemos bien, terminarás pudriéndote en la cárcel, o casado como un imbécil.
- Yo quiero casarme con Susana. De verdad que la amo y me quiero casar con ella. Todo esto no viene sino a adelantar las cosas.
- Carlos, métete esto en tu cabezota: tú-no-te-puedes-casar. Aún eres menor de edad, ni te has graduado de bachiller, ni nunca has movido un dedo para ganarte un puto bolívar, ni nadie va a darle trabajo a un comemoco como tú, ¿me explico? ¿Puedes entender eso? No hay nada que puedan hacer para salir de este problema sin la ayuda de sus padres. Te doy tiempo para que tú mismo te convenzas.
- Tío, comprendo muy bien todo eso, pero, ¿no podrías prestarme ese dinero? Te lo pagaré con intereses.
- Escucha, peazo'e pendejo, pero escúchame bien. Yo no gano esa cantidad ni entres meses de trabajo, así que no la tengo. Todo lo que gano se me va en pagar la universidad y el carrito ese que me compré. Pero si tuviera esa plata, ni sueñes con que te la daría para hagas sabes dios qué estupidez. ¿Has comprendido bien?
Carlos se arrepintió profundamente de haber hablado con su tío Omar. Sin embargo, antes de despedirse, Omar se lo llevó a un telecajero, sacó cincuenta mil bolívares y se los dio. Le dijo que comprara una nueva tarjeta telefónica y que lo mantuviera informado de la situación, sobre todo después de haber hablado con Susana.
Y eso era lo que realmente Carlos necesitaba: hablar con Susana y analizar juntos la situación. Además, era importante que le advirtiera a ella que no hablara aún con sus padres, aunque comprendía cada vez más que Omar tenía razón: sería difícil salir de ésta sin el apoyo de los papás.
Eran casi las cuatro de la tarde cuando volvió a llamar por teléfono a Susana. Atendió Francys, su hermanita. Le dijo que Susana había estado en casa pero que había salido casi inmediatamente después de almorzar. No sabía a dónde había ido. Carlos le pidió que al verla, le dijera que él quería hablar con ella, pero sabía que era un ruego inútil, ya que ni bajo tortura china Francys daría jamás un mensaje para su hermana ni para nadie. La niña era un desastre para esas cosas.
Carlos tomó un taxi hacia Colinas de Bello Monte, rumbo a su casa. Encontró a Carla, su hermana menor, escuchando a Link in Park a toda mecha, por lo que supuso que aún no habían llegado sus papás. Respondiendo a su pregunta, Carla le dijo que salvo Javier, nadie más lo había llamado en todo el día.
Respondió la llamada a Javier y le informó que aún no había podido hablar con Susana. Quedaron en verse en una hora.
Luego de darse una ducha, Carlos hizo un recorrido por sus cosas, inventariando sus objetos de más valor y de fácil venta. La bicicleta, el discman, un viejo reproductor VHS, treinta CD's. Eso era todo lo que podía vender, y no llegaría ni a cien mil bolívares. Bajó al estudio y anotó en una libretica el reproductor DVD, pero tampoco sería mucho lo que le darían por él. Pensó en las joyas de su mamá. Recordó su famoso collar de perlas y un prendedor de oro con incrustaciones de esmeraldas, del cual ella siempre decía que valía una fortuna. También estaba el reloj de Mario, su papá, un Rolex de platino. Pero no se lo quitaba ni para dormir. Tampoco su cadena de cochano. «Viejos avaros y desconfiados», pensó Carlos. Pero tampoco hubiera sabido a quien venderle un reloj o alguna de las joyas de su mamá, además, seguro se lo comprarían por una bagatela. Recordó la chequera. Su papá la llevaba siempre en su maletín. Ya antes había imitado su firma para la entrega de algunos boletines de notas, o alguna nota de reprimenda del liceo. Todos se la habían tragado, y en verdad que era una buena imitación. Pero Carlos mismo no podría cobrar los cheques ya que era menor de edad. Tenía que buscar a un adulto para sacar más de un millón de bolívares. Un millón cien mil, esa sería la cifra, para darle cien mil bolívares al que fuera cobrar el cheque. Pero, ¿quién demonios podría ser esa persona?
Apenas llegó donde Javier, se lo propuso:
- ¿Y cuando lo conformen? - preguntó Javier-. Allí se darán cuenta de todo y me meterán preso. Ni de vaina. Búscate a otro.
Carlos no había pensado en eso, en lo de la conformación del cheque. «Malditos desconfiados banqueros», pensó.
- Diremos que es para pagar una nómina. Esos tipos respetan mucho lo de las nóminas.
- Déjate de vainas, Carlos. Que me ponen preso y la cosa se va a complicar. No estoy para esos peos.
- Lo haremos por montos pequeños, de cien mil bolívares cada uno. Once cheques de cien mil bolívares. Tú te quedas con cien mil.
- Déjate de vainas. No quiero ir preso. Ni quiero tu plata. Además, ¿vas a falsificar once cheques? Estás frito, mi pana. Requete-contra-archi-frito.
Carlos tuvo que admitir para sí mismo que Javier tenía razón. La idea no era muy buena que se dijera.
Después de unos minutos de pesado silencio, Javier pensó en el repartidor de periódicos. Era un tipo medio idiota, pero mayor de edad. Y haría cualquier cosa por cien mil bolívares.
- Tal vez haya que ofrecerle algo más - advirtió Javier.
Ahora sólo faltaba que hubiera dinero en esa cuenta. Nunca había dinero en ningún lado, al menos eso era lo que su papá siempre decía. Pero Carlos sabía que en la cuenta del banco Provincial siempre había dinero. Es decir, si había dinero en alguna parte, sería en esa cuenta.
Por si ese plan fallaba, le dijo a Javier que estaba vendiendo su bicicleta, el VHS, el discman y un reproductor DVD. Lo encargó de venderlos al mejor precio posible.
A las seis de la tarde volvió a llamar a Susana. Le respondió la señora Mercedes, la mamá de Susana. Le dijo que estaba dormida. Por el tono amable de la señora se notaba que aún no estaba enterada de lo del embarazo de su hija. Le dijo que la llamaría nuevamente como a las nueve de la noche.
Al salir de casa de Javier se dio cuenta de que no tenía nada qué hacer hasta las nueve de la noche, cuando había previsto llamar nuevamente a Susana. Sin embargo, no quería regresar a su casa. Tomó un taxi y pidió que lo llevaran hasta Sabana Grande.
Tenía que organizar sus ideas. Primero que nada, debía reunir el maldito millón de bolívares. Quería brindarle a Susana la suficiente libertad para que pudiera escoger entre el matrimonio o el aborto. Pero sin el dinero no estaba en posición de ofrecer nada. En el fondo sabía que ella le diría que quería tener al bebé y que se casarían. Carlos tendría un millón de bolívares en su bolsillo, y con eso arrancarían su vida. Ninguno de los dos dejarían de estudiar. Lo harían por la noche, en liceos públicos. Y luego irían a la Universidad. Ella quería estudiar Idiomas, y él, Ingeniería. «Todo se puede hacer en las noches», pensó Carlos. Trabajarían como burros durante el día y estudiarían como bestias en las noches. Se turnarían para atender al bebé. Con el tiempo, cuando le hubieran demostrados a sus padres su determinación de seguir adelante, quizás ellos, sus padres, se decidieran a ayudarlos y se ofrecieran a cuidar al bebé. Entonces, con su apoyo, todo sería más fácil. Pero si nunca los apoyaban, no importaba. Ellos igual seguirían adelante. Se graduarían muy jóvenes y comenzarían a trabajar en sus respectivas carreras. Ya el bebé tendría unos seis o siete años. Se compraría una moto para sacarlo a pasear en las tardes. Comerían helados, a escondidas, para que mamá Susana no los regañara durante la cena. No sé por qué, pero esa idea de salir a comer helados a escondidas lo hacía muy feliz. Dentro de todo, Carlos se dio cuenta de que era feliz.
Eran casi las ocho de la noche y recordó que aún no había llamado ni una sola vez al tío Omar. Hizo una cola enorme frente a un teléfono público y lo llamó:
- ¿Dónde diablos andabas metido? - ese fue su amistoso saludo.
- Ya estoy resolviendo las cosas, Omar. Todo saldrá bien - le dijo, tranquilizándolo, como si quien estuviera en problemas fuera el tío y no él.
- ¿Ya hablaron?
- ¿Cómo?
- Que si ya hablaste con Susana.
- No, aún no.
- ¿No? ¿Y eso?
- Está dormida, pero la llamaré a las nueve.
- Quiero hablar contigo mañana, ¿de acuerdo? En mi casa mañana a las nueve.
- OK.
- Sin falta. Pero avísame hoy cuando ya hayas hablado con Susana, ¿okey?
- OK.
Aprovechó su turno al teléfono y llamó a su casa. Atendió Carla. Le dijo que no tenía llamadas, pero vaya usted a saber. Le pidió le dijera a sus papás que andaba en Sabana Grande con Javier, y que no sabía a qué hora iba a llegar. Como sus dos llamadas habían sido muy breves, hizo una tercera conexión.
- Ya te tengo vendida la bicicleta y el DVD. A nadie le interesa el VHS ni el discman - le informó Javier.
Apenas se alejó del teléfono público, cayó en cuenta de que no había comido nada desde el desayuno. No hizo más que pensarlo cuando ya sentía que se moría de hambre. Entró a un McDonald's. Estaba atestado. Al ver tanta gente junta, Carlos pensó que uno se siente más solo en sitios así, en donde todos andan acompañados y parecen ser muy felices. Le hubiera gustado estar allí con Susana. La extrañó mucho en ese momento. La imaginó a ella buscando una mesa mientras él hacía el pedido. Luego comerían juntos, en silencio. O simplemente comentarían lo ricas que estaban las papitas fritas. O le robaría un par de sorbos de su nesté, bajo la protesta de ella, avariciosa como ella sola con sus bebidas. Se sintió muy solo. Tenía hambre, es verdad, pero también tenía frío. Sus manos temblaban. Tenía miedo. Su vida estaba a punto de cambiar de una forma tal que apenas podía imaginarla. Y sintió que ÉL ya no era ÉL. Como si estuviera viendo una película en la que el protagonista era alguien como él, con su mismo nombre, su misma casa, sus mismos padres, su misma novia, pero que en realidad no era él. ¿O era un sueño? Se sintió en medio de un sueño, o de una pesadilla. Ya se despertaría en su cama, llamaría a Susana por teléfono y ella se reiría de esa loca alucinación suya en la que iba de un lado a otro dentro de su cabeza planeando un matrimonio o un aborto. Le dio un par de mordiscos a la hamburguesa, pero apenas si pudo tragarla. Vaya que sí tenía hambre, pero no podía tragar nada. Abandonó su plato sobre la mesa y salió casi corriendo buscando la salida. Llegó a la calle y comenzó a caminar. Le gustó sentirme perdido y arrastrado en medio de aquel río de gente.
No sabía de donde le había venido la idea de que necesitaba un trago. En su vida apenas si había probado licor, pero en ese momento tenía un irresistible deseo de tomarse un buen trago. Buscó un bar.
Pidió un gintonic sin que nadie repara en su edad. Era alto y algo corpulento, ya que antes había hecho mucha gimnasia y había nadado mucho y sus musculos se desarrollaron muy bien, así que, ayudado por la penumbra del bar no tuvo problemas en hacerse pasar por mayor. Se bebió el primer trago de un solo jalón, como un vaquero sediento. Pidió otro.
En el bar había parejas, pero también había hombres y mujeres que hablaban entre ellos, sin formar parejas. Había otros hombres que andaban solos, igual que Carlos. Le pareció que eran muy machos y que tras su aparente soledad debía haber una gran historia de amor, como la de él en aquel momento. Engolando la voz, pidió al barman le diera la hora. Eran las ocho y cuarenta y cinco. Igualmente le informó que al lado de los baños había un teléfono público, pero que no sabía si estaba funcionando. Cuando intentó levantarse de su banqueta frente a la barra para ir a buscar el teléfono público, casi se cae. Estaba mareado y apenas si podía sostenerse en pie. Se apoyó sobre la barra, respiró hondo y comenzó a caminar.
Le atendió la señora Mercedes:
- No, no está, Carlos. Fue al cine. Pensé que andaban juntos.
- Si, bueno, habíamos quedado en ir al cine pero luego tuve que cancelarlo - le costaba pronunciar las erres.
- ¿Cómo? Y si no fue contigo, ¿entonces con quién anda?
- Con sus amigas. Señora Mercedes, discúlpeme, pero la estoy llamando de un celular y ya no puedo seguir hablando. Muchas gracias. Hasta luego.
Colgó. Le ponía nervioso hablar con esa señora.
Susana debía estar con Gabriela, pensó Carlos.
Aprovechó su visita al teléfono y llamó a Omar.
- ¿Aún no han hablado?
- Ya hablaremos, Omar. Lo que ahora tenemos es tiempo para hablar. Ese no es el problema.
- ¿Dónde estás?
- En un celular. Debo colgar. Te llamo mañana.
Y colgó.
Antes de regresar a la barra entró al baño. Le dolían las tripas y la vejiga, así que cerró la puerta y se senté en la poceta. El sitio apestaba a mierda. Las paredes estaban llenas de notas. Se puso a leerlas. Hubo una que llamó su atención. En realidad, eran dos notas. Una escrita con marcador rojo, y la otra con marcador negro. La primera decía "MARISELA, ¿QUÉ DEBO HACER PARA QUE NO TE VAYAS?" Estaba fechada el catorce de octubre de 1998. La segunda, muchísimo más reciente que la anterior, estaba escrita unos centímetros más abajo, con la misma letra, pero con marcador negro, y decía "MARISELA, ¿QUÉ DEBO HACER PARA QUE TE VAYAS?" Esta no tenía fecha. A la derecha de su cabeza había otra: BRUTALAMAFIA. Más abajo, en letras gordas, se podía leer NO FEAR, RASTAFARI. WE ARE YOU.
Regresó a la barra, terminó su trago y se marchó.
La calle seguía repleta de gente. Ya eran las diez de la noche. Eso le pasaba cada vez que tomaba, que el tiempo parecía darle saltos. El creía que había pasado un minuto, y había pasado una hora. Le dieron ganas de llorar. No podía quitarse de encima esa sensación de soledad. Tenía miedo, mucho miedo. Llegó a la esquina de la calle Villaflor y esperó un taxi. Le dio al taxista la dirección de su casa y se echó a dormir. El taxista era un bruto y en cuanto llegaron lo despertó con un fuerte sacudón.
Dios es grande, pensó Carlos, ya que sus papás habían salido a cenar y no tendría que enfrentarlos con ese tufo a caña que cargaba encima. Entró a su cuarto y se tiró en la cama. Cayó como un tronco.
Al día siguiente, sábado, se levantó con una fuerte resaca. Lo primero que hizo fue llamar a Susana, pero ya había salido.
Ya todo era muy raro. Pensó que la muy loca, al igual que él, debía andar buscando soluciones y salidas a esta situación, pero lo hacía sin buscar hablar con él, el principal implicado, después de ella, claro. Ni siquiera le había dado oportunidad de decirle que él estaba a su lado y que la apoyaría en todo lo que hubiera qué hacer. Carlos no tenía ni idea de las cosas que estaban pasando por la cabeza de su novia. Era obvio, por la forma en que aún le respondían en su casa, que Susana aún no había dicho nada.
Intentó comunicarse con Gabriela (la amiga de Susy) a su casa, pero ella también había salido. Seguro que andaban juntas, y eso estba bien, ya que eran amigas. Pero, ¿qué diablos estarían tramando ese par de locas? ¿Acaso creían que su opinión no contaba? Sintió pánico ante la idea de que Susana no estuviera considerando el casamiento como una posibilidad. De ser así, todo estaría perdido. Ella asumía que el embarazo y el bebé, eran su problema. Y ya él no jugaría ningún papel en su vida. Hiciera lo que yo hiciera, él estaría fuera.
Recordó su cita a las nueve de la mañana con el tío Omar, pero ya casi eran las once de la mañana. Lo llamó y le dijo que iba saliendo para su casa. Mal que bien, era la única persona de su familia que lo estaba apoyando y no quería quedarle mal, aunque no le encontraba mucho sentido a ese encuentro.
Cuando tocó el intercomunicador de su apartamento, Omar le dijo que bajaría. Luego le explicó que la abuela de Carlos -la mamá de Omar- estaba en casa, y a esa no se lo podía esconder nada, así que mejor hablarían afuera. Se fueron al salón de fiesta del edificio y, aunque era innecesario, hablaban en voz muy baja, casi en susurros.
- Quiero que me respondas con absoluta franqueza, ¿okey? - así comenzó Omar.
- Ajá.
- Esa carajita, Susy, tu novia, cómo es que sabe que está embarazada. ¿Se ha hecho algún examen serio?
- No lo sé. Pero me imagino que sí.
- Entonces, ¿no están seguros de que realmente esté embarazada?
- Coño, Omar, ¿tú crees que alguien va a venir a decirme algo así sin estar segura?
- ¿Ya hablaste con ella? ¿Ya sabes si se hizo una prueba seria o una de esas porquerías que venden en las farmacias?
- Eso no lo sé, Omar. No he podido hablar con ella desde ayer en la mañana, cuando me dijo que estaba embarazada y salió corriendo. Creo que debe andar con Gabriela, sabrá dios planeando qué cosas. Esas dos juntas son peor que un manicomio andante.
- ¿Cómo es que aún no has podido hablar con ella? ¿Se te está escondiendo?
No supo qué responderle. Tenía razón, todo estaba muy raro. Nunca le había costado tanto hablar con Susana como ahora, desde el viernes. No podía explicarlo, pero era así. Claro, tampoco nunca antes Susana había estado embarazada y seguro que toda su rutina estaba alterada.
- Te voy a dar una opción, pero quiero que la escuches con calma. ¿Okey? Es sólo una posibilidad, pero dada las circunstancias, hay que pasearse por ella, así que no te enojes, ¿okey?
- Está bien. Dime. No me vengas con tantos rodeos.
- ¿Y si ese bebé no es tuyo? ¿Y si es de otro?
- Pero, ¿qué coño dices?
- ¿No te parece extraño que no hayas podido hablar con ella?
- Esa carajita está cagada. No tiene ni idea de qué va pasar con su vida. En este momento debe odiarme, porque no me ha dejado decirle que la estoy apoyando, que estaré con ella sea donde sea que ella quiera estar.
- Está bien, no te molestes. Pero un poco de malicia no te hará daño, ¿okey?
- No la necesito. Susana me adora. Ella es mi vida, y yo soy su vida. Susana no tiene ojos para más nadie, sólo para mí.
- Está bien, pero, tienen que hablar. Tienen que estar seguros de los resultados de ese examen, y verifica que haya sido en un examen serio, ¿okey? Nada de esas porquerías caza-bobos que venden en las farmacias, ¿okey? Deben estar muy seguros de lo que realmente está ocurriendo antes de iniciar el show.
- ¿Cuál show, Omar?
- Usé mal el término, discúlpame. Pero deben estar muy seguros de todo y de lo que van a hacer antes de dar un paso adelante, ¿me entiendes?
- Te entiendo.
- Ya tengo el nombre de un par de clínicas.
Una vez que dejó al tío Omar, Carlos quiso caminar hasta llegar a la avenida principal de Las Mercedes. Buscó un teléfono público y llamó nuevamente a Susana. Nuevamente, atendió su mamá:
- No, Carlos, no está. Salió con Gabriela.
- Puede decirle que necesito hablar con ella urgentemente.
- Sí, claro. ¿Ocurre algo?
- No, nada. Sólo quiero hablar con ella. Ahora debo colgar, le estoy hablando de un celular. Gracias.
Y colgó. Pensó que ya estaba abusando un poco de excusa del celular para deshacerse de las preguntas de la señora Mercedes, así que tendría que pensar en otra cosa.
Llamó a Javier, quien estaba reunido con los compradores. Se fue a su casa y ajustó los precios de la bicicleta y el DVD. Los interesadoss eran Manuel para el DVD, e Ignacio, para la bicicleta. Concretarían el negocio para el lunes. Con la bicicleta no habría mayor problema, ya que siendo de Carlos, pasaría un tiempo antes de alguien notara su falta. Pero el DVD era de la casa y lo usaban casi a diario, así que debía robárselo y lo echarían de menos en pocas horas. Manuel ofrecía por él noventa mil bolívares, mucho más de lo que Carlos esperaba. Sin dudarlo, aceptó.
En la tarde, se reunieron con José, el repartidor de periódicos. Ya Javier le había adelantado el asunto, pero el tipo tenía de tonto sólo el aspecto: quería quinientos mil bolívares de comisión por su trabajo. El mismo sugirió que se hiciera un sólo cheque, el cual él depositaría en su cuenta de ahorro, y luego, al hacerse efectivo a las cuarenta y ocho hora, le daría a Carlos su millón. Aceptó. No había otra. No tenía otra opción que confiar que el tipo no se desaparecería del mapa con todo ese montón de dinero en sus manos.
De regreso a su casa, Carlos comprendió que todo dependía de poder robarle un cheque a su papá y de poder imitar su firma a la perfección. En cuanto a la conformación de la emisión del cheque, no podía hacer nada, salvo dejarlo en manos de dios, del destino y de la suerte.
A las diez de la noche del sábado llamó por última vez ese día a Susana. Aún no había llegado.
El domingo fue un día terrible. quizás el peor de todos. Dado que Susana no respondía a sus llamadas, Carlos había comenzado a considerar seriamente la posibilidad de que a ella no le interesara de tener al bebé. Quizás ella hubiera averiguado por su lado mucho más que Carlos sobre las alternativas de un aborto y simplemente planeaba aplicarlas, sin consultarle ni pedirle apoyo de ningún tipo. Quizás, también, para ella y sus amigas, la Gabrielita y la Samantha, les hubiera resultado más fácil que a Carlos reunir de la nada ese maldito millón de bolívares. Era poco probable, pero, ¿quién sabe?, pensó Carlos.
Estaba agotado y hambriento, ya que aún no había logardo tragar bocado. Se despertó a las once de la mañana y salió a caminar al Parque del Este. Le dio tres vueltas. Exhausto, se tiró sobre la grama del parque. Volvió a sentir miedo. Ya todo le daba miedo. Temía que Susana respondiera sus llamadas telefónicas, pero a la vez temía que ya nunca más pudiera ni siquiera verla. Sentía a Susana como el ser más entrañable de su vida, pero a la vez, el más extraño y ajeno. Trataba de reconstruir su rostro en su memoria, como si hubieran pasado siglos desde la última vez que la había visto. Ya no recordaba siquiera cuando la había besado por última vez.
Antes de salir del parque llamó a su casa. Su mamá le dijo que Javier lo había lbuscando en tres oportunidades y que le urgía comunicarse con él. Lo llamó inmediatamente, pero no estaba en su casa. Eso sí, había un recado: que se pusiera en contacto con él a la brevedad posible.
Carlos estaba indignado. ¿Cómo era posible que Susana no hubiera respondido una sola de sus llamadas? ¿Acaso lo había decidido todo ella solita y lo había dejado pintado en la pared? Si era asi, pues que se fuera muy largo al carajo, ¡recontracarajos!
Se montó en el Metro y se bajó en la estación Bellas Artes. Caminó hasta el museo de Ciencias Naturales. Vio geroglíficos y momias, pero en verdad que no quería ver nada. Sólo ganaba tiempo para volver a llamar a Susana.
Llamó a su casa y sólo tenía dos nuevos mensajes urgentes de Javier. «¡Qué ladilla!», pensó. Lo llamó a su casa. Él mismo fue quien atendió el teléfono. Le preguntó que dónde carajo andaba escondido. Le respondió que no estaba escondido nada y que se encontraba en la estación del Metro de Bellas Artes, pero que ya se iría de allí. Quedaron en verse en el Sambyl, en la entrada principal.
Cuando se reunieron, Javier estaba tranquilo. Al verlo, extendió su mano para que Carlos la extrechara, cosa que nunca hacía y que le pareció muy rara a Carlos.
- Javier, yo ando como loco con todo esto que me está pasando. ¿Qué diablos es lo que tienes que decirme tan importante que tiene que ser cara a cara y no por teléfono? ¿Acaso se echó para atrás el tipo de los periódicos? ¡Sólo eso me faltaba!
- Coño, cálmate. Vamos a buscar un lugar para tomarnos unos heladitos y allí hablamos, ¿te parece?
- Me da igual.
Como era domingo y todos los locales estaban repletos de gente, los amigos decidieron hablar mientras caminaban. Fue entonces cuando Javier se lo dijo:
- Susana no está embarazada.
Carlos no comprendió muy bien lo que acababan de decirle.
- ¡¿Qué?!
- Que no está embarazada.
- ¿Se hizo nuevos exámenes y salieron negativos?
- No, nunca se hizo ningún examen.
- No entiendo. ¿Acaso está embarazada de otro?- recordó la posibilidad que le había sugerido su tío Omar.
- No, de nadie. Simplemente no está embarazada. Y nunca lo estuvo
- Y tú, ¿qué coño puedes saber? ¿Acaso te acuestas con ella?
- Me lo dijo Esperanza, mi hermana. Lo planearon juntas. Susana, Esperanza, Samantha y la Gabriela. Quería terminar contigo y no sabía cómo.
- ¡¿Qué?! ¿De qué me hablas? No inventes vainas, coño.
- Ellas pensaban que saldrías corriendo y te desentenderías del asunto y esa sería la excusa para darte el corte. Nunca previeron que fueras a tomarte tan a pecho todo este asunto.
- Entonces, ¿no está embarazada?
- No.
- ¿Y cómo es que lo sabes? ¿Acaso está embarazada de otro?
- No. No está embarazada de nadie. ¿Acaso no estás escuchando lo que te estoy diciendo?
- Sí, te escucho, pero no entiendo nada. ¿Acaso está enamorada de otro?
- Quizás sí.
- ¿Cómo que quizás?
- Está bien, anda enamorada de otro, pero no sabía cómo terminar contigo.
- ¿Cómo sabes eso? ¿Acaso estás saliendo con ella a mis espaldas?
- No te vuelvas loco, ¿quieres? Me lo dijo Esperanza.
- ¿Por qué te lo dijo?
- ¡Qué voy a saber yo! Tal vez porque es muy lengua larga, o tal vez porque ellas decidieron que me lo dijera para que yo te lo dijera a ti y te quedaras tranquilo de una maldita vez y por todas.
- ¡Verga!
- Así es, mi pana. ¡Verga!
- Pero, ¿cómo se le pudo ocurrir eso?
- ¿Qué sé yo? Son mujeres. Mientras uno mira una cosa, ellas miran diez, y le dan la vuelta al derecho y al revés. Y uno como un tonto, mirando la maldita cosa desde un solo sitio.
- No entiendo, ¿qué coño quieres decir?
- Que son mujeres. Y que son más listas que uno, aunque vengan locas de fábrica.
Le dieron ganas de llorar. De rabia y de vergüenza. Sentía como la cara se le ponía roja y acalorada, como si la estuviera metiendo en un horno.
- Ya no hay nada qué hacer, mi pana. La carajita se volvió loca y te está sacando el culo.
- Sí - aceptó Carlos, sin réplica.
- Yo quería casarme con ella. Desde que me lo dijo el viernes, sólo quería casarme con ella. Nunca me dejó decírselo.
- Vamos, mi pana. Olvídese de eso. Carajitas es lo que sobran.
Ambos amigos siguieron caminando en silencio. Carlos se sentía aliviado, es verdad, pero infinitamente triste y avergonzado.
- ¿Qué quieres hacer?
- Nada. Caminar. Estar solo.
- ¿Seguro?
- Si.
Antes de irse, le preguntó:
- ¿Alguien más sabe de esto?
- No lo sé, Carlos.
- No le digas nada a nadie, por favor.
- De acuerdo, mi pana. Pero recuerda que Esperanza y Gabriela lo saben. Allí no te garantizo nada.
- Eso no importa. Simplemente no se lo cuentes a nadie, por fa.


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Publicado en el libro "Japi berdei tu yu", Playco Editores Publicaciones. Primera Edición 2002. Segunda Edición 2007. Premio "Narrativa Juvenil Salvador Garmendia", edición 2002. Este libro podrá conseguirlo en las más importantes librerías del país. Para mayor información, favor comunicarse a los teléfonos 0212-2354736 y 0212-2372764.
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