viernes, 3 de diciembre de 2010

Anotaciones al margen I



Pudiera resultar presuntuoso de parte de un escritor, cuando está y se reconoce muy lejos de le celebridad literaria, ponerse a escribir sobre el oficio de la escritura. Con toda humildad, afirmo que no es esa mi intención. El oficio de escribir, para todos los que escribimos, seamos o no famosos, publicados o inéditos, interesantes o aburridos, talentosos o torpes, es siempre una actividad que conlleva muchísimas reflexiones.
Reconozco de entrada que no me asiste el derecho de sentar cátedra alguna. Lo que a partir de ahora me place escribir es un torpe acercamiento a los entretelones de la manía que tenemos muchos de escribir “cosas”.
Cuando abrí este blog hace algunos años, alentado por un buen amigo, decidí que solamente publicaría en él algunos de mis relatos ya publicados. Y así lo he hecho hasta hoy. Pero ahora me gustaría darle cabida a otro tipo de publicaciones, una suerte de sencillas y probablemente inútiles reflexiones sobre el acto de escribir. Además de otras cosas, por supuesto. Es decir, que de hoy en adelante, este blog comenzará a funcionar más como un verdadero blog. Aunque ya hayan pasado de moda.
No he armado, como debería, una estructura para desarrollar esas reflexiones. Las iré publicando en la medida como vayan viniendo. Tampoco he previsto una frecuencia de publicación. De igual forma, la serie podría morir con apenas esta aparición.
Voy a empezar por lo que más me interesa y me preocupa en este momento, y probablemente continúe haciéndolo de esa forma: con asuntos que me interesan.
Hace años, muchos años, que no logro escribir nada. Escribo cosas, pero nada funciona. Contrario quizás a los verdaderos escritores, yo no he logrado manejar ni dominar técnica alguna. En estos día leí en alguna parte algunas declaraciones del más reciente Premio Nobel en Literatura, Vargas Llosa, que decía que él escribía todos los días, se encontrara donde se encontrara. Imagino que hace años ha botado su vieja maquinita de escribir y la ha suplantado por alguna sofisticada laptop.
Yo no funciono bajo ese esquema disciplinario. Me puedo pasar años enteros sin escribir una puta palabra. Y no me molesta. Al contrario, me gusta que sea así. Sin embargo, a cada rato, a cada minuto, ando viendo, observando, disfrutando o sufriendo la vida y tratando de traducirlas a frases que quizás en algún momento pasen a formar parte de algún relato. Es un viejo vicio que manejo desde la adolescencia. Es decir, cuando veo el mundo y veo mi vida, no puedo evitar traducirla en frases, en escenas, en acontecimientos narrativos.
Volviendo a nuestro más reciente premio Nobel de Literatura, confieso mi antipatía. No por Vargas Llosa, que muy probablemente se lo merezca palabra por palabra, pulsito a pulsito. Pero pienso en escritores como Cortázar, el legendario Borges, o el extraordinario Álvaro Mutis, y no puedo dejar de pensar que el Nobel es un galardón a la injusticia. No por Vargas Llosa, que en breve estará presente en Estocolmo recitando su discurso, sino por los que nunca estuvieron ni estarán allí. Cada día el Nobel se parece más a un Oscar de la Academia de la Industria de las Artes y Técnicas Cinematográficas.
Creo que todo lo que se escribe como literatura, siempre termina siendo literatura. A veces es mala literatura, otras, las menos, buena literatura. Pero en todas hay una intensión literaria. Es como un raptus. O un arrebato. ¿Una inspiración? Es una forma de acercarse a la vida, de tratar de comprenderla, intentar compartir con otro lo que alguna vez vimos.
Leo poco. Pero cuando escribo, necesito leer mucho. Es como si necesitara verificar el maravilloso efecto que cada palabra y cada trama es capaz de producir en el lector. Es como si me urgiera verificar la magia a la que intento abordar a partir de palabras. Simples palabras. Sin embargo, cuando me planto de lleno en la escritura, rara vez pienso en la literatura. Escribo como si quisiera escribir canciones. A veces boleros, otras alguna milonga. En ocasiones una estrepitosa y dura pieza de rock.
Mientras escribo olvido la literatura y me dejo llevar por las canciones que escucho mientras lo hago. A veces son muchas. Otras, es una sola. La escucho una y otra vez. La dejo descansar un rato para luego volver a ella. Intento plagiarla. Alguna tonada o acorde me certifica el uso de una palabra o, incluso, el de una frase entera.
Como no soy un verdadero escritor, no domino ninguna técnica narrativa. Consecuencia de ellos, ni yo mismo sé de dónde han salido ni cómo he logrado desarrollar los relatos que he escrito. Sé que a veces todo nace de una sola frase que quiero enunciar, o de un gesto que quiero describir. A veces sé el final de un cuento. Y para poder mostrar ese final, necesito armarme de una historia. Allí la cosa es más o menos sencilla. Pero lo realmente difícil es cuando sólo logro visualizar el comienzo. O peor aún: cuando sólo visualizar una acción que no es ni el inicio ni el final de un relato.
Aunque parezca un mito o una frase manida, realmente los personajes logran cobrar vida propia. Y cuando se ponen a hablar, ni yo mismo sé lo que van a decir. Ellos tienen sus propias ideas y hablan por sí mismos. Yo no hago otra cosa que transcribir en la computadora lo que ellos van diciendo.
La estructura es otra cosa.
La estructura es como una escritura sobre la escritura. Las acciones se van generando y se van colocando una al lado, delante, encima de las otras. Por lo general utilizo una narrativa lineal y muy limpia. Pero cuando la historia comienza a complicarse, la linealidad ya no me funciona. Es entonces cuando comienzo a echar mano de otros recursos. Una vez que la historia está armada, los personajes han dicho que tienen que decir y la acción del relato la tengo totalmente definida, es cuando puedo comenzar a reestructurar, es decir, a jugar con la historia. Este juego, por lo general, implica una nueva escritura en la que desaparecen episodios, párrafos, frases y palabras. A veces, aparecen otras en su lugar. Otras no.
La revisión para mí es muy importante, y mi técnica es muy sencilla: comienzo a quitar todo lo que puedo quitar. Y si aún así la historia continúa funcionando, lo que suprimí simplemente estaba demás. Siempre me cuido de no eliminarlo todo, para no volver a quedarme nuevamente con la hoja en blanco. Es decir: con la pantalla del monitor en blanco.