viernes, 25 de marzo de 2011

ALBOR...


Una vez, en una entrevista por la radio, me preguntaron: “¿Y que sientes al cumplir un año más de vida? ¿Más vivencias? ¿Más experiencia? ¿Más sabiduría?”

En mi juventud llegué a gozar de cierta fama gracias a un par de concursos fotográficos en los que había resultado ganador. De la noche a la mañana vi, por primera vez, mis fotografías más íntimas y queridas impresas en la prensa y en revistas especializadas.

Ese día, el de la entrevista, había llegado a la diminuta estación de radio casi a las cinco de la tarde, hora prevista para que saliera al aire, en vivo, mi entrevista. Ante la evidente angustia del entrevistador por mi descortés retraso (me había pedido que estuviera una hora antes, para revisar las preguntas y esas cosas), cometí el error de confesarle: “Ando de cumpleaños y me distraje con unos amigos. El almuerzo y las copas de vino se hicieron más largas de lo que yo había previsto. Discúlpeme, por favor.”

El hombre me tomó por el brazo y me arrastró con muchísima amabilidad a la estrecha cabina. Muy de prisa movió un par de brazos de los que colgaban unos micrófonos viejísimos, se sentó frente a mí tratando de calmarse a sí mismo, esperó una señal de manos de su operador y sobre nosotros se encendió una aterradora cajita roja que decía: “EN EL AIRE”.

Fue entonces, por mi culpa, por bocón, o quizás por simple y merecida venganza de mi entrevistador, que él lanzó, en vivo, su pregunta: “¿Y que sientes al cumplir un año más de vida?..”

En condiciones normales, me hubiera parecido una pregunta cursi, trillada, propia de las peores revistas televisivas del corazón. Sin embargo, las copas de vinos del largo almuerzo aún daban vueltas en mi cabeza y, achispado como estaba, me dio por tomarme en serio la interrogante:

-          ¿Qué siento? ¿Más experiencia? ¿Más vivencias? ¡No! Definitivamente no. La vida es una trampa. Y una vez metidos en ella, los años no son más que una acumulación de grandes pérdidas.
-          Hoy nos honra con su presencia el aclamado fotógrafo Gerardo Montes de Oca, ganador de los premios X y Z. Actualmente prepara su primera exposición individual en la Galería de Arte Nacional, una puerta que se abre a muy pocos. Hoy trataremos de acercarnos un poco al hombre que vive tras sus imágenes. Montes de Oca anda hoy, por cierto, de cumpleaños.

Al hablar, lo hacía con acento extranjero (rumano, según me enteré luego). Toda la angustia que lo dominaba segundos antes, había desaparecido por completo. Ahora se movía (o hablaba) como pez en el agua. Era un hombre viejo, quizás cercano a los sesenta. Su pelo era rojizo y, sin ser calvo, era de cabello escaso. Una barba igualmente escuálida cubría sus delgadas mejillas, otorgándole un aspecto miserable y descuidado. Pero sus ojos, vivarachos, pícaros y traviesos, lo rescataban de su lamentable aspecto, brindándole  un aire  casi infantil.

Apartó su mirada del micrófono y la clavó sobre mis ojos, como un cazador que sabía que su presa se le había presentado desprevenida y a campo abierto.

-          ¿Cómo? ¿Una acumulación de pérdidas?- repitió mis palabras como si fuera un eco, haciéndose el ingenuo.
-          Lo primero que los años nos quitan es la infancia y, con ella, la inocencia. Luego, los años nos muestran el amor, para luego quitárnoslo con implacable crueldad. Poco a poco, y sin que nos demos apenas cuenta,  nos quitan la juventud. Nos quitan a seres queridos, a personas que ya nunca veremos ni podremos abrazar nunca. Nos quitan la desnudez de ciertas mujeres a las que aprendimos a amar. Nos quitan los sueños y nos obliga a enterrarlos. Es una leyenda de viejos eso de que con los años ganamos sabiduría y experiencia.

Al decir esto, el viejo rumano se me quedó mirando con furia…

*

Fueron muchas las veces que recordé mis palabras en esa entrevista. Como ya les dije, era en vivo y no pude grabarla, así que debo confiar plenamente en mi traicionera memoria para rememorarla. Tal vez las palabras no fueron esas. Pero la idea era esa. Yo mismo, con mis propias palabras, descubrí con temeraria certeza, que la vida es una trampa. Una dolorosa trampa. Esa era la idea.

*

Papá quiso enseñarme que era mejor retirarse temprano que tarde. “Cuando hueles que algo no va a ocurrir, es porque no va a ocurrir nunca. Cierra esa puerta y a otra cosa”, me decía.

Cuando yo era adolescente, una tarde de domingo, papá me mostró un diálogo de una de sus novelas más queridas: “Los hermanos Karamazov”. Una de las chicas que protagonizaba esta novela decía, con furiosa determinación: “… yo soy de las que prefiero retirarme diez minutos antes que diez años tarde”.

Mamá, por el contrario, me inculcó la disciplina de que “el que persevera, vence”.

¿Era, acaso, papá, un hombre práctico, un hombre de acción? Y mamá, ¿una soñadora?

Si eso era así, ¿cómo pudo un hombre de acción amar a una soñadora? O peor aún, ¿cómo pudo una soñadora enamorarse de un hombre de acción?

¿Era esa, acaso, su trampa particular?

Pero eso no importa. Ya no importa. Ambos, mis padres, murieron en un accidente aéreo justo el día de mi cumpleaños. Buena puntería, ¿no?

Eso ocurrió exactamente tres años antes de la entrevista de radio.

*

Con sus ojos vivarachos, con su acento rumano, el pelirrojo entrevistador volvió a preguntar:

-          ¿Y el amor?
-          El amor es una pregunta sin respuesta.
-          ¿Quién pregunta?
-          El que ama, por supuesto.
-          ¿Y quién responde?
-          Si hay alguien que pueda responder, es el que no ama… el que se deja simplemente amar.
-          Y eso… ¿acaso es malo?
-          No. No es malo. Es triste.

(¡Vaya! Qué deliciosamente borracho estaba esa tarde)

-          ¿Y el sexo?
-          El sexo es la cosa más aburrida y tediosa del mundo. Y al mismo tiempo, es el milagro más delicioso de la vida. Depende de cómo lo prepares.
-          ¿Cómo así?
-          Mira. El sexo es como el dinero: cuando no lo tienes, crees que lo es todo. Pero cuando lo tienes, te sabe a poco. Hay que tenerlo (dinero, sexo) para comprender su limitado poder.
-          El amor y el sexo, ¿tienen algo que ver el uno con el otro?
-          A veces sí, a veces no.

*

Mi debilidad son las mujeres bellas. O peor (¿o mejor?) aún: las mujeres que me hacen creer que son bellas. Despiertan en mí un deseo por fotografiarlas, por eternizarlas en mi alma. ¿Cómo fotografiar algo que no amas? ¿Cómo no amar algo que fotografías?

*

Muchas veces he debido regresar al recuerdo de mis amores de la infancia para tratar de comprender mejor qué cosa realmente es ese amor que me planteo ahora, cuando soy adulto y no me cuesta mucho buscarme un buen polvo con una chica bonita…

Ese paradigma (el de los amores infantiles) lo tengo representado con María de los Ángeles.

Ella jamás se enteró (o, quizás sí) de la fiereza de mi ingenuo amor… Ambos contábamos ocho años… ¿Acaso ella, ahora una vieja como yo, recuerda ese amor como yo lo recuerdo?

En esos días, cuando María de los Ángeles, reina de los Carnavales del colegio en 1973, sólo mirarla era como besarla…

¿Acaso tendría que haber perseverado para que el beso se cumpliera? ¿O acaso hay que olvidar, también, lo que nunca se dio?

Creo que fue muy poco lo que aprendí de mis padres…

*

Contento, eufórico, el viejo rumano se contorneó en su silla antes de volver a atacarme con sus preguntas:

-          ¿Cuál ha sido tu peor experiencia de amor?
-          Enamorarme de una mujer casada…
-          ¿Por qué?
-          Porque son relaciones que nacen heridas de muerte…
-          Pero, ¿acaso no todo nace con esa herida mortal?

¡Ja! ¡Buena pregunta! Me dejó sin respuesta.


*

¿No sabes buscar? ¿O no sabes encontrar?

¿No te sabes explicar? ¿O soy yo quien no sabe comprender?


*

-          Albor… ¿Qué significa esa foto?
-          Tomé esta foto hace dos años. Una mujer wayuú, en mitad de la polvorienta calle, abrazada al cuerpo de su hijo muerto por unos sicarios…
-          Un gran dolor, sin duda, ¿no?
-          El más grande de todos…
-          Y, ¿por qué la titulaste “Albor”?
-          Ese instante que capté con la cámara era solo el inicio, el nacimiento de un dolor que quizás nunca iba a abandonar a esa desgraciada mujer…
-          Albor… - repitió el rumano-. Albor…


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VERSIÓN REVISADA, marzo 2011.
Este relato podrá encontrarlo en el libro "Inventario y otros relatos", editado por la
Casa de las Letras Andrés Bello. De venta en las librerías "Del Sur" y en la librería "El
Buscón" (Paseo Las Mercedes). Para mayor información puede llamar al teléfono
5627300. 
La reproducción parcial o total de este relato deberá realizarse estrictamente
bajo autorización escrita del autor o de da la casa editorial. Email de contacto: 

jueves, 3 de marzo de 2011

EL HOMBRE QUE CAMINABA (cortometraje). Un breve comentario.


La producción de este mini metraje (apenas tres minutos) me permitió asumir una vez más uno de mis escenarios preferidas: la muerte. Y una vez más pude constatar el rechazo que el lector (en este caso, el espectador) siente hacia ese tema.
Una vez finalizado el mini metraje (¿equivalente cinematográfico del mini cuento?), fue inmediatamente subido a internet y promocionado entre amigos. Los comentarios no se hicieron esperar: de forma casi unánime, los amigos afirmaban que les había gustado mucho la película, menos el final. Es decir, es como si hubieran visto en tan poco tiempo de duración, dos películas: la caminata y el suicidio. Un amigo me escribió que a pesar del breve tiempo que había conocido al personaje, había logrado seducirlo y se había  encariñado con él, razón por la que lamentaba mucho su muerte. Y para no dejar dudas y ser bien claro, lo dijo: “no me gustó que se matara”.
Otra amiga me escribió que el video le había gustado muchísimo, pero que ella “definitivamente, votaba por la vida, ya que amaba la vida”. De alguna manera mi amiga había confundido el carácter descriptivo del mini metraje con una supuesta intención prescriptiva del mismo. Como si mi intención última hubiera sido la de hacer una apología del suicidio.
El propio actor, Aureliano Alfonzo, estuvo renuente a filmar el último plano en el que vemos su mano agonizante al lado del arma suicida. Para él el video debía terminar cuando el personaje se lleva la pistola a la sien. Le expliqué que el plano más importante, para mí, era justamente ese: la mano tirada sobre el suelo, temblorosa, agonizante, al lado del arma. En realidad ese fue el plano que generó el resto de la historia: registrar el momento exacto en el que la vida se acaba, en el que el movimiento, el ánima se separa del cuerpo y lo deja abandonado a su muerte eterna.
En rigor, esa era el único plano que me interesaba. Pero eso hubiera sido como escribir un mini cuento tan breve y magro que sólo constara de una sola palabra. Como narrador impenitente que soy, necesitaba al menos una frase que me permitiera insertar esa palabra para brindarle un sentido. De esa necesidad, surgió el resto del video.
Estoy consciente de que toda obra creativa, como los buenos chistes, deben hablar por sí mismos, sin explicaciones ulteriores. Así, no pienso intentar explicar nada de lo que ya está dicho.
Sin embargo, como espectador, espectador involucrado, claro, pero espectador al fin, creo que me asiste el derecho de opinar.
Cuando vemos por primera vez al HOMBRE caminar a través de un terreno baldío, la decisión de matarse ya está tomada. Toda su caminata, sus carreras, sus ejercicios, su contemplación del mar, el cigarrillo que se fuma, no es más que un breve paréntesis que se ha tomado antes de volarse los sesos. De hecho, cuando regresa a su apartamento, la pistola, como si fuera un trago de ron, ya está servida sobre la mesa. Creo, yo, como espectador, que un par de horas antes el HOMBRE ya había tomado la pistola en sus manos, la devolvió a la mesa y salió a dar una última caminata para ver el mundo por última vez. Esa caminata no cambiaría para nada su decisión.
Una noche antes de grabar la secuencia del suicidio, el actor protagonista, Aureliano Alfonzo, me decía que él pensaba que su personaje se iba a suicidar por convicción. Por fastidio ante la vida. Una muerte filosófica, pues, al estilo del Kirilov de Dostoievsky.
Yo le decía que no, que eso no era así. Pero se lo decía no como el “padre” del personaje, sino como el testigo de lo poco que estábamos viendo en esos tres minutos de video.
Para mí, el HOMBRE se suicida por dolor. Un dolor que le viene del amor o de la vida. Quizás haya perdido a una mujer muy amada, quizás se le haya muerto un hijo. Esas son razones de amor. O quizás el HOMBRE padeciera una enfermedad terminal: ¿cáncer, sida?
Lo que sea, para mí el HOMBRE se suicida por tristeza. Una tristeza tan grande y desmesurada que ya no le permite vivir.
Así, el HOMBRE sale a caminar en medio de un mar y un cielo abarrotado de vida, de azules, de movimientos. Un día de playa. Un día rebozante de vida.
Así, camina hacia su propia muerte.
Como todos a diario. Como nosotros ahora mismo.

EL VIDEO: