sábado, 3 de mayo de 2008

INVENTARIO

De pronto, todas las puertas se le cierran. Hace años que dejó de ser un hombre joven y sabe que día a día se hará más viejo. Pide otra cerveza. La bebe con desgano, solo. Soledad acentuada por el bar repleto de gente, en su mayoría más jóvenes que él. Seguro, piensa, que los demás continúan teniendo trabajo y se retirarán de la juerga a una hora prudencial para dormir y llegar a tiempo a sus oficinas o para abrir la santamaría de sus negocios. Los demás parecen tener esposas a las que aman o intentan engañar. Las chicas, alborotadas por los tragos, sonríen coquetas a sus galantes compañeros. Una de ellas usa un uniforme de empleada bancaria. Las otras se visten seguramente como lo que son: secretarias y oficinistas de poca monta. Aún así, no pueden estar más alegres. Se ríen de algún chiste o de algún comentario procaz de sus acompañantes. Pero a él los años no sólo lo han hecho viejo, sino invisible. Antes tenía la palabra, que era como su espada de guerrero imbatible. Todas sus pequeñeces y debilidades se agigantaban ante su gran verborrea. Podía recitar de memoria algunos poemas de Neruda o Rubén Dario. Se sabía al dedillo los dos primeros párrafos de "Doña Bárbara". Se presentaba con gallardía como un hombre ajeno a las veleidades del triunfo. Pero la treta dejó de funcionarle. No fue de un día para otro, sino poco a poco, como la calva que ahora desnuda su cabeza o la grasa que se abulta en su panza. El fracaso es casi un encanto entre los jóvenes. Casi una provocación al consuelo, al beso redentor, al abrazo como indemnización. Ahora no puede levantar la voz. Su mundo parece apoyado en su capacidad para susurrar, para asentir indiscriminadamente ante todo, para doblegar su espalda como la de un molusco sin huesos. Cuando alguna vez se atrevió hablar con la voz gruesa, el mundo, su pequeño mundo de concesiones, comenzó a resquebrajarse. Primero perdió una esposa, luego una espléndida amante. Sus reclamos eran justos, su molestia era sensata, su insatisfacción era legítima. Tenía, pensó, alma de esclavo. "Sí, mi amo". Así, (¿qué otro camino habría osado recorrer?), se rodeó de terratenientes que hicieron de él tierra de arado. De herreros que lo utilizaron como yelmo. De usureros que lo compraron como dinero barato. De pecadores que lo usaron, y él se dejaba usar, como chivo expiatorio. Cada vez que intentó ajustar cuentas, se dio cuenta de que él no contaba. Aprendió a hacerse el loco, el tonto. Miraba para el techo o para el piso cuando había tenido la oportunidad y la obligación de mirar de frente. ¿De dónde más podían botarlo? ¿De cuántas camas más tendría que soportar ser echado como un eunuco? ¿De cuántos empleos más tendría que escuchar ser calificado de incapaz? ¡Oh!, por dios, un hombre con tantas ambiciones, pero sin una miserable pizca de talento. Se escapa de su cuartucho y se va a una tasca de mala muerte a beberse, solo e impotente, unas cervezas. Le queda poco por pensar. Mira a las secretarias alborotadas por los tragos. A los cajeros de banco que se emborrachan felices con sus sueldos de hambre. Los mira y, sin reconocerse en ellos, los envidia. En secreto. Porque la vanidad, su vanidad, le impide, incluso a sí mismo, hablarse con franqueza y admitirse que él es uno de ellos: un chico pobretón (ahora un viejo) tratando de abrirse paso en la vida. Mientras bebe su cerveza casi tibia, piensa en dejar de vivir. ¡Cuántas veces lo ha pensado! Pero para el suicidio también hace falta talento. La casta de un toro que embiste cuando ya no le queda más que morir. Un paria, se piensa a sí mismo. Un hombre de la tierra de nadie. Un malnacido parlanchín sin nada qué contar. Un amante sin mujer. Un enamorado sin amor. Le queda sufrir, pero tampoco hay dolor. De pronto, todas las puertas se le cierran.
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Este relato podrá encontrarlo en el libro "Inventario y otros relatos", editado por la Casa de las Letras Andrés Bello. De venta en las librerías "Del Sur" y en la librería "El Buscón" (Paseo Las Mercedes). Para mayor información puede llamar al teléfono 5627300. La reproducción parcial o total de este relato deberá realizarse estrictamente bajo autorización escrita del autor o de da la casa editorial. Email de contacto: mesones@cantv.net.

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