domingo, 28 de diciembre de 2008

REALITY SHOW

Era la tercera vez que los breakers se caían. El electricista jefe tuvo que pedir permiso al apartamento de al lado para tomar la electricidad desde su brequera, que era de doscientos veinte vatios y podía aguantar sin problema la carga de las luces. Sin embargo, el productor de campo se negaba a pagar un solo centavo por ese servicio, ya que si el sistema eléctrico de la locación no aguantaba, entonces han debido pedirle la planta.

- Pero si sólo cinco kilos, eso lo aguanta cualquier casa, no sé qué ocurre con ésta.
- Si no lo sabes, entonces tú la pagas.

Estela, la maquilladora, aún no había llegado. El productor de campo había dejado a Luis Gerardo, uno de sus asistentes, para que la esperara en el canal y la trajera en un taxi. Sabía que si le dejaba esta iniciativa a Estela, jamás llegaría.

El apartamento era demasiado pequeño para una grabación, pero Alberto Baralt, el conductor y productor del programa, exigía que por lo menos una vez a la semana se hiciera en exteriores o en locaciones naturales. "Eso nos da aire y el espectador no se asfixia. Nadie sale, les da flojera. Yo sí: me voy a las calles, a los barrios, subo cerros, me meto en las cárceles. Eso nos mantiene en sintonía, es lo que nos da el rai­ting. No se puede hacer todos los días, es muy caro, pero al menos una vez a la semana", decía.

Renata, otra asistente de producción, se acercó al productor de campo para informarle que el Concejal que se había ganado el premio grande de la lotería tenía diarrea y que no podría asistir al programa al que había sido invitado para el día siguiente:

- ¿Y ese tipo no come manzanas ni sabe que el arroz es astringente? ¿No le dijiste que hoy está enfermo pero que para mañana estará bien?

- Yo no hablé con él. Llamó al canal y habló con la secretaria de Alberto.
- Y seguro que le dijo que no había problema, que no se preocupara, aquí el pendejo es el que tiene que parir para mañana. Comunícate con él y dile que ya no se puede cancelar la pauta de mañana, dile que en el canal los baños son muy limpios y que trague manzanas y coma arroz como un chino.
- Aquí no hay teléfono.
- Busca uno.
- Préstame tu celular.
- Este celular es personal. Lo pago yo y el canal se niega a reconocerme el pago de una sola llamada. Así que busca uno, que para eso te pagan.

Renata salió deseando que unos malandros le robaran el maldito celular a la salida de la grabación y le clavaran una llamada de media hora a Japón.

Verónica, la dueña de la casa, estaba en la cocina, preparando café para tantos invitados inesperados. Efraín, su esposo, estaba aún en el cuarto, buscando con la vestuarista una camisa que no lo hiciera lucir ni tan joven ni tan viejo. Cuando el productor descubrió a Verónica preparando café, casi se la come viva.

- No, señora. No haga eso. Tenga cuidado, se ensucia. Venga, venga por acá. Tenemos como diez litros de café en esos termos. No hace falta que nos prepare nada. Siéntese aquí y no se mueva para nada. Si necesita algo, me lo pide.
- Estoy nerviosa- dijo Verónica.
- ¿Qué?
- Que estoy nerviosa. Nunca he salido en televisión.
- No se preocupe. Olvídese de la cámara. Hable como cuando habló conmigo y con Alberto en el restaurant. Si se le olvida algo, Alberto se lo preguntará.
- No es la cámara. Es mucha gente, nunca pensé que fueran tantos. Hay uno de ustedes para cada cosa.
- Y este es equipo mínimo- dijo, esbozando una mueca que debía ser una sonrisa.

El celular del productor repicó. Era Alberto que no conseguía donde estacionarse. El productor mandó a uno de los asistentes de electricidad para que se encargara del carro de Alberto.

- Si las luces se caen, vas a ir tú a pegar los cables- protestó el electricista jefe. El productor fingió ni haber escuchado nada.

Efraín salió con una camisa de rayas verticales rojas y blancas y con un pantalón color beige. El productor lo sentó al lado de su esposa. Renata volvió de su llamada.

- Ese tipo lo que no quiere es ir mañana al programa. Dice que tiene reposo médico por tres días.
- Llámate a Elba, la sacerdotisa de María Lionza.
- Está en Sorte. No regresa hasta el jueves. A ella le toca el viernes.
- ¿A quién más tenemos?
- Al sargento de la Guardia Nacional que rescató a los niños del incendio de su casa.
- Llámalo.
- Ya lo hice. Está pidiendo permiso en su Comando para adelantar la fecha, pero no se lo darán hasta mañana en la tarde.

En ese momento llegó Estela con su maletica de maquillaje.

- Coño, Estela. Hoy tenemos exteriores, hay que llegar temprano.
- Yo llego siempre a mi hora y ustedes ya se han ido. De las carreras no queda sino el cansancio.
- A ver si te cansas un poco entonces: Alberto está subiendo para acá.

Estela le dio la espalda, ignorándolo. Miró al matrimonio que estaba sentadito como un par de peluches en el sofá de la sala y les sonrió:

- Hola, soy Estela. Los voy a maquillar.
- Pero yo no uso maquillaje - protestó Verónica.
- Esto es sólo para quitar el brillo de la cara, que si no, luego se ve horrible en la tele.
- Pero un poquito y nada más.

Las dos cámaras ya estaban puestas en su sitio. Habían tenido que sacar la mesa del comedor para darle un poco más de espacio al improvisado estudio. Las luces volvieron a caerse. Alberto Baralt hizo su triunfal entrada. Todos lo saludaron y le sonrieron. Se acercó a Verónica y Efraín y los saludó efusivamente, como si fueran parientes o amigos de toda la vida. Luego se acercó al productor de campo:

- Alexis, ten cuidado con las cosas en el pasillo, que los vecinos no protesten.
- No te preocupes.
- Cuando termine con la entrevista, haz unas tomas del bloque, del barrio, de ella haciendo mercado, de él montado en su camión.
- Ya tengo eso en pauta. Ya Luis Gerardo salió para el automercado para preparar la locación.
- Ah, y el niñito que me mandaste para que le diera el carro no maneja sincrónico. ¿Qué pasa con las luces?
- Problema técnico. La red parece que no tiene suficiente resistencia.
- ¿Por qué no trajiste la planta?
- No me la pidieron.
- Resuelve.
- Eso es lo que hago todo el día, todos los días.

No quiso decirle aún que el Concejal que se había ganado el premio grande de la lotería no vendría para el programa del día siguiente.

De pronto las luces se encendieron, Efraín y Verónica se veían perfectos, dentro de su estilo, claro. Alberto se sentó frente a ellos, en un banquito. Los camarógrafos terminaron de desayunar sus cachitos de jamón y queso y se colocaron tras sus equipos y el sonidista comenzó a conectar y a probar sus micrófonos.

De pronto, como siempre, aunque pareciera mentira, todo estaba listo.

- Estamos listos, Alberto.
- Dame un minuto para conversar con ellos. Dale un vistazo a mi carro, Alexis.
Alexis envió a Renata, quien salió mascullando: "me van a violar en esos ascensores con tanta bajadera".


II

- ¿Cámara?
- ¡Grabando!
- Aquí estamos de nuevo, felices de que nos permitan entrar una vez más a sus hogares para llevarles media hora de acción y reflexión sobre nuestra realidad urbana. ¿Qué pasa en nuestra ciudad? ¿Todo es bueno?, ¿todo es malo? A veces es bueno y a veces es malo, porque así es la vida. Hoy hablaremos sobre el amor, porque no todo es sangre y destrucción, violencia y crimen sobre nuestras calles. También en esta ciudad ocurren cosas hermosas, milagros sobre los cuales alguna vez tenemos que hablar. Hoy tenemos como invitados a Verónica Fernández de Sotillo y a Efraín Sotillo. ¿Los recuerdan? Hace tres años fueron famosos. Efraín fue despedido del Liceo donde daba clases de biología por decisión del Consejo Directivo Sectorial. El se dirige a la fiscalía y demanda al Ministerio de Educación. El Estado contra el Estado. ¿La razón de todo esto? Una de sus alumnas, Verónica Fernández, se había enamorado de él. ¿El resultado? Tuvieron un romance. ¿Las consecuencias? Fueron rechazados por la comunidad educativa. Verónica contaba diecinueve años, Efraín tenía cuarenta. Parece que nuestra sociedad se siente agredida frente a estas manifestaciones del amor. Hoy los tenemos aquí, para ustedes, tres años después de la tormenta, felizmente casados. ¿Cómo se sienten?
- Bien, gracias
- Yo, nerviosa.
- ¿Cómo empezó todo esto?
- No sé, yo no me acuerdo- respodió Verónica.
- ¿Recuerdas la primera vez que lo viste?
- Sí, claro que sí. Yo estaba en la plazoleta del liceo, frente a la entrada. Lo vi hablando con un grupo de alumnos y le pregunté a una amiga "¿y ese quién es?" , "el profesor de biología", "nunca lo había visto", comenté. Y más nada.
- ¿Te enamoraste de él en ese momento?
- No, no creo. Eso ocurrió después, en cuarto año, cuando él comenzó a darme clases.
- ¿Y qué estudiabas cuando lo viste esa primera vez?
- Tercer año. Tenía diecisiete años para ese momento.
- Y tú, Efraín, ¿recuerdas la primera vez que la viste a ella?
- No con tanta exactitud. Ella era mi alumna, una alumna más. Lo primero que recuerdo de ella es que no era muy buena estudiante y siempre tenía que llamarle la atención. Bueno, no siempre, pero sí con cierta frecuencia.
- ¿Ella tenía algo especial para ti?
- No en aquel momento. Era una alumna, más nada.
- ¿Cuando te enamoraste, Verónica?
- No lo sé. Al comienzo sólo me gustaba. Era distinto a los demás profesores: cómo nos regañaba, cómo nos aconsejaba que estudiáramos, que no nos metiéramos en cosas de drogas. Siempre nos decía que estudiando era la única forma de que saliéramos del barrio. Casi todo el salón vivíamos en el barrio, en Pinto Salinas.
- ¿Sólo eso te gustaba de él?
- ¡Nooo! Me gustaba su boca y su mirada. Me gustaba cuando sonreía y sus ojos me parecían muy vivos, muy pícaros. Me di cuenta de que sentía algo por él porque me daba celos que le sonriera a otras alumnas. Me enojaba muchísimo y me parecía que le andaba coqueteando a todo el mundo.
- ¿Le coqueteabas a todas tus alumnas, Efraín?
- Nunca. Como profesor tú sabes que uno tiene muchos chances con las alumnas, pero yo nunca abusé de mi posición.
- ¿Y cómo te enredaste con Verónica?
- Eso fue otra cosa.
- ¿No tuviste novios de tu misma edad?
- ¡Claro!, pero no me sentía bien con ellos. Me parecían muy torpes y muy desaforados.
- ¿Cómo es eso?
- Bueno, no sé. Tenían como mucha prisa: no te habían terminado de agarrar una mano cuando ya querían meterse en la cama con una. Creo que eran muy torpes, o al menos eso me lo parecían.
- Y cuando estabas con ellos, ¿ya sabías que estabas enamorada de Efraín?
- Ya lo sabía, pero yo tenía que continuar mi vida, tratar de enamorarme de algún muchacho de mi edad. Efraín era un sueño imposible. Estaba segura que él ni siquiera se imaginaba lo que yo sentía por él.
- Y es verdad, yo no me imaginaba nada. Incluso, hubo un momento en que llegué a estar convencido de que le caía mal: siempre andaba como malhumorada conmigo, como enojada. Hasta llegó a contestarme mal un par de veces en clase.
- Es que él llegaba y se paraba a mi lado, junto a mi pupitre y me decía: tú letra se parece a la de la mamá de mi hija. Yo sabía que estaba divorciado, que tenía una hija y todo eso, pero por qué tenía que compararme con esa señora. Eso me daba mucha rabia. Y me daba rabia que hablara con otras alumnas: no lo soportaba.
- Y entonces, ¿cómo ocurrió todo?
- Cuando estaba en quinto año, Efraín llegó un día a clases y nos dijo: "hoy es mi último día con ustedes. Me voy del liceo de año sabático. Cuando regrese, ya ustedes estarán graduados. El curso lo continuará el profesor X. Les deseo lo mejor". Y se fue.
- ¿Por qué hiciste eso, Efraín?
- Quería abandonar la docencia, básicamente por razones económicas, tú sabes. Tenía un par de proyectos entre manos y necesitaba tiempo para intentar desarrollarlos.
- ¿Por qué le avisaste a tus alumnos de tu partida a última hora?
- Porque el Ministerio de Educación aprobó mi solicitud a última hora.
- ¿Tú que hiciste, Verónica?
- Me quedé, como dicen, en el sitio. Al salir de clases me fui a mi casa, me encerré en mi cuarto y me pasé el resto del día llorando. Se me acabaron las lágrimas de tanto que lloré.
- ¿Nadie sabía de tus sentimientos?
- En mi casa no, por lo menos hasta que me expulsaron del liceo.
- ¿Por qué te expulsaron del liceo?
- Bueno, usted sabe... por conducta indecente.
- ¿Te da vergüenza decirlo?
- No, me da rabia. La boleta de expulsión decía: conducta inmoral con personal docente del plantel.
- No nos adelantemos. ¿Qué pasó luego de haberte pasado todo el día llorando?
- Me propuse firmemente olvidarme de él. No podía seguir enamorada toda la vida de un hombre al que no iba a ver nunca más. Al comienzo no quería salir para nada de mi cuarto. Dormía y amanecía allí, encerrada. Por nada en el mundo quería volver al liceo, ya que sabía que allí todo me lo recordaría. Entonces enfermé. Me dio una gastritis horrible y no hacía otra cosa que vomitar. En mi casa llegaron a pensar que me iba a morir de lo delgada que me puse. Y la idea de morirme era lo único que me gustaba. Entonces un día se lo conté todo a una amiga, a Yajaira. Se quedó muy sorprendida. Me dijo que tenía que olvidarme de él, que era un sueño de niña, que ese hombre jamás sería para mí. A los pocos días regresé al liceo con la absoluta decisión de sacarlo de mi vida.
- ¿Lo lograste?
- Creo que no. No se trata de una lámpara que uno enciende y apaga cuando nos conviene. Estas cosas se apagan cuando quieren, no cuando uno quiere.
- Entiendo. Y a ti, Efraín, ¿cómo te fue en tu año sabático?
- Mal. Las cosas no salieron como yo esperaba. Me estaba comiendo los ahorros y no tenía ninguna entrada de dinero fija. Entonces envié una carta al Ministerio solicitando la suspensión de mi permiso y la reincorporación inmediata a mi trabajo.
- ¿Así fue que regresaste?
- Sí, regresó. Yo no lo podía creer. Volvió igual que como se fue: sin avisar. Yo estaba segura que aquello era un milagro, un regalo de la vida que no iba a dejar escapar. Durante toda la clase estuve pensando en lo que iba a hacer, sin perder tiempo. Había perdido tantas oportunidades, pensando que siempre lo tendría allí cerca. Cuando terminó la clase me fui hacia su escritorio y le dije que quería hablar con él un asunto muy delicado. Me dijo que estaría en su cubículo hasta las doce del mediodía.
- Ese día me quedé esperándola. Yo pensaba que quería hablarme sobre algún problema familiar. Tú sabes, muchas veces los profesores somos como guías para sus alumnos: tienen problemas y saben o creen que no los pueden plantear en sus casas. Entonces recurren al profesor.
- No fui porque estaba aterrada. No sabía cómo iba a reaccionar Efraín. Era mi profesor, yo era su alumna, él me doblaba la edad. No pude bajar a hablar con él. Me pasé toda la tarde con Yajaira, escuchando música. Nos compramos una botellita de ron y nos la bebimos toda. Yo me estaba preparando para lo peor. Yajaira pensaba que yo estaba loca de atar, pero me preguntaba: "Cómo se lo vas a decir". Y yo le respondía: "no lo sé, ya veré". Cuando ya estábamos un poquito borrachas, le dije: "se lo voy a contar todo y punto". "Me parece muy bien". Terminamos muy borrachas. Hasta lloramos las dos, abrazadas. Esa ha sido la única vez que me he emborrachado en mi vida.
- ¿Y entonces?
- Al día siguiente no tenía clases con él. Averigüé en la Coordinación a qué hora estaría en su cubículo. Esperé a que entrara y me le presenté. Me invitó a sentarme y empecé a hablar sobre el calor y de los mosquitos.
- Yo le dije: "Verónica, tú no viniste a hablar conmigo sobre el calor ni sobre los mosquitos: ¿qué es lo que quieres decirme?
- Entonces le dije: "es algo muy delicado y muy personal, algo muy íntimo y muy importante para mí. Estoy enamorada de usted".
- Entonces fui yo quien se quedó en el sitio. Me esperaba cualquier cosa, menos eso. Pero me agradó oírlo, me agradó muchísimo. Le dije que ese no era lugar para hablar sobre esas cosas y le propuse una cita. No pensé lo que hacía. Sé que he podido decirle que podía ser su padre, que eso le ocurría a muchas alumnas, que veían en sus profesores a una especie de héroe, de líder. Pero no hice nada de eso. Simplemente establecí una cita, una cita de amor, con una de mis alumnas.
- Fue nuestra primera cita. Allí nos hicimos novios.
- Bueno, ese primer día no ocurrió nada. Simplemente hablamos.
- Hablamos toda la tarde. Me dijo: "debo estar loco, pero quiero ver hasta dónde puede llegar esto". Y yo pensé: hasta el cielo. Pero no le dije nada. El me propuso esperar a que terminara de graduarme, pero faltaban seis meses para eso. Comenzamos a salir y a vernos con mucha frecuencia. Yo comencé a estudiar muchísimo porque si estás saliendo con un profesor, no puedes ser mala alumna. Al poco tiempo nos hicimos amantes.
- Tardamos menos de un mes en hacer el amor. Allí todo comenzó a agarrar más cuerpo. Comenzamos a mirar hacia adelante, hacia el futuro.
- Todo era nuevo para mí.
- Y para mí también.
- ¿Y qué pasó, cómo se inició la tormenta?
- Una profesora nos vio.
- Leticia Marrero, mi profesora de historia. Una vieja retardataria.
- Ibamos abrazados por Sabana Grande. Habíamos dejado de andar escondidos, nos gustaba que nos vieran. Allí nos pescó la profesora. Se acercó a nosotros, pero me saludó sólo a mí: "¡Profesor Sotillo!", y se fue. Al lunes siguiente, apenas llegué al plantel, el director me mandó a llamar. Me pidió una explicación y yo se la di, sin negar nada. Creo que el director, como hombre al fin y al cabo que es, logró entender. Pero la profesora ya estaba llevando el caso al Departamento Legal del Ministerio de Educación. Allí la cosa no sería tan fácil. Intervinieron el liceo, amonestaron al director, expulsaron a Verónica. Yo defendí mis derechos hasta el final: ¿quién le prohibe a un médico enamorarse de una enfermera, hasta de su paciente?, ¿quién le prohibe a un abogado enredarse con su asistente o con su secretaria, hacerse su amante, casarse con ella si le da la gana? Entonces, ¿por qué un profesor no puede enamorarse de una alumna? ¿Por qué una alumna no puede enamorarse de un profesor? Verónica era muy joven, pero tenía diecinueve años, era mayor de edad. Tenía edad suficiente para votar, para casarse, pero no para decidir su vida. Yo no entiendo.
- A ti también te expulsaron del liceo, ¿no?
- Por comportamiento insubordinado. Yo pedí que mi acta de despido dijera: "conducta inmoral", igual que decía la boleta de expulsión de Verónica, porque si el pecado era el mismo, el castigo debía tener para ambos el mismo nombre. Pero nadie me hizo caso.
- Mi casa se volvió un infierno. Papá, que nunca se ocupó de mi, me prohibió salir de la casa, arrancó el teléfono en un ataque de rabia, no me dejó estudiar en ningún otro liceo. Todos en mi casa, menos Aída, mi hermana, me trataban como a una perdida. Y mis hermanos querían buscar a Efraín para matarlo. Fue horrible, pero fue muy bello. Efraín y yo nos comunicábamos por notas escritas, por cartas. Aída era nuestra mensajera. Sentíamos que todo se había perdido, pero a cada segundo nos prometíamos tiempos mejores. Efraín introdujo demanda contra el Ministerio de Educación. Entonces hubo una reacción extraña en mi casa: lejos de tomar como un escándalo que mi nombre hubiera ido a para a la prensa, comenzaron a ver las cosas de otra forma. No me decían nada, pero veían las cosas con más respeto.
- Entonces yo me presenté un día en su casa. Me abrió la puerta la mamá, quien casi se cae de espaldas al verme. Sin saber qué hacer, llamó al marido. Yo les dije que necesitaba ver a Verónica. "Cinco minutos". me dijo su padre, Ramón, un tipo apenas siete años mayor que yo. Al día siguiente me volví a aparecer y luego al día siguiente. Aun el juicio no se había resuelto cuando pedí en matrimonio a Verónica. Los padres no tuvieron otro camino que aceptar.
- Ganaste el juicio, ¿no?
- Lo gané, pero inmediatamente puse la renuncia. Lo verdaderamente increíble de esta historia es el tiempo récord que el Ministerio tardó en darme el cheque de mis prestaciones: veinticuatro días.
- ¿Seguiste estudiando?
- Tuve que repetir quinto año. Ahora estudio en un Instituto Técnico, para ser asistente administrativo.
- Yo trabajo por mi cuenta.
- ¿Los reconocen en la calle?
- Al comienzo, mucho. Ahora no tanto. Una vez nos pidieron un autógrafo.
- Y en Maracaibo una vez los dueños de un restaurancito se negaron a cobrarnos la cuenta.
- Sentamos un precedente en muchos sentidos. Les dimos algo para creer, les dimos una muestra de que las cosas son posibles, si crees en ellas. El problema es que la gente ya no cree en nada, porque las cosas son difíciles. Nada es fácil. Menos que nada, querer a alguien.
- ¿Podrías decirnos algún detalle de su intimidad?
- ¿Un detalle cómo qué?
- Un detalle, cualquier cosa.
- A veces, cuando él se enoja o hacemos el amor, le digo profe. A él le encanta.
- Perfecto- concluyó Alberto-. Aquí tenemos una historia de amor bien bonita- dijo, mirando a cámara.

Alexis se acercó a Alberto como un perro regañado:

- Para mañana no tenemos entrevistado. El Concejal tiene cagantina.
- Resuelve, inventa. Después de esto podemos meter hasta una entrevista con un violador. Yo te hago el camino fácil y tú me lo dificultas.

Cuando el programa salió al aire, concluyó con imágenes de Verónica comprando remolachas en el mercado, Efraín cargando guacales en su camión y niños correteando por entre pipotes de basura en los bloques de Lídice, que era donde ellos vivían. Mientras tanto, la banda sonora rezaba lo siguiente:

"El amor es como esos crepúsculos multicolores: hay quienes lo ven y comprenden el secreto sentido de la vida, y hay quienes sólo pueden pensar que el día se acaba y que llegarán tarde a sus citas".

La frase era de Monghe Sarmientos. La propuso Renata. Alexis la presentó como idea suya. Alberto Baralt la aceptó.


===================================================

Cuento publicado en "El atador de cabos", Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2000. De venta en las librerías "Del Sur" y las librrías de Monte Ávila. Para mayor información, favor comunicarse con la Editorial a los teléfonos 0212-2656020 ó 0212-2638505. Este relato está protegido bajo leyes de Copyright 1999. La reproducción parcial o total de este relato sólo podrá realizarse bajo estricta autorización escrita del autor o de la casa editora. Email del autor: mesones@cantv.net.