martes, 22 de julio de 2008

LOS PREPARATIVOS



A pesar de que la vieja se está muriendo, hoy celebraremos su cumpleaños. Los médicos la tienen de examen en examen buscando darle alguna esperanza, pero no es mucho lo que pueden ofrecer. Desde hace dos meses la están reventando con la quimio. Se lo aplican una vez a la semana. Llegamos al oncológico antes de las seis de la mañana, pero no es hasta el mediodía cuando le dan lo suyo. Ella sabe lo mal que está. Nadie dice nada, pero todos lo sabemos.

La enfermedad le comenzó con unas llaguitas en la parte de adentro del labio superior. Se ponía yodo y azul de metileno, pero nada, nunca se le terminaban de secar. ¿Quién se iba a preocupar por eso, quién iba a pensar que de eso se muere la gente? Pero cuando se le quitó el hambre y empezó a enflaquecer, entonces sí la llevamos al doctor. Desde el primer momento el médico puso mala cara. Le hicieron biopsias y otros exámenes, pero antes de que se tuviera ni un solo resultado, el médico le prohibió terminantemente fumar:

- Entonces me moriré, porque no puedo dejar de fumar.
- Tiene que tener un poco de fuerza de voluntad. Estamos hablando de su vida.
- No es por vicio, doctor, no es por vicio. Fumar es mi trabajo, de eso vivo yo y mis hijos. Soy espiritista y leo el tabaco.

El médico se quedó sorprendido, sin saber muy bien qué objetar.

- Pero ¿no puede hacer lo que hace - sugirió el médico - de otra forma, con cartas o algo por el estilo?
- Yo no engaño a mis clientes. Yo no leo cartas. Sé leer el tabaco, y muy bien. Pero no sé hacer otra cosa, no tengo visión para otra cosa.

Y así, aunque el médico se opuso enérgicamente, la vieja continuó fumándole sus tabacos al Negro Felipe y a María Lionza.

Pero hoy andamos de fiesta. Mamá cumple cincuenta y ocho años en el mundo y nosotros, sus hijos, lo celebraremos con mucha caña, comida, música y toda su gente. Alejandro anda pagando el servicio militar y no estará franco este fin de semana. Sé que la pure lamenta que uno de sus hijos no esté en su rumba, pero también se ve que está loca de contenta de tener a todos sus demás hijos acá con ella, juntos, en su casa aunque sea por una noche. Hasta Yadira, que no sale para nada de San Juan de los Morros, agarró sus muchachos, al gordo de su marido y se empujó para Caracas. Héctor, el mayor de nosotros, estuvo aquí en la mañana ofreciendo su carro para ir a buscar lo que fuera necesario. Lo mandamos con una lista larguísima. Desde hace como cuatro años Héctor se ha distanciado mucho del barrio, desde que comenzó a salir con Aura, su actual esposa. A ella no le gusta el barrio, a pesar de que el carro llega casi hasta la puerta. Desde que se casó Héctor nos visita muy de vez en cuando, casi siempre solo, mirando el reloj desde que llega hasta que se va, como si tuviera los minutos contados. Es mi hermano y todo eso, pero no me gusta: es un petulante que quiere aparentar todo el día ser lo que no es. Le da pena, por ejemplo, que su mujer venga a la casa y la consiga llena de extraños (los clientes de mamá) o hedionda a tabaco. La vieja dice que están hechos el uno para el otro: todo les da pena.

Yadira y Nancy, la más pequeña de nosotros, están limpiando la casa desde que se levantaron, como a las nueve de la mañana. Están trasnochadas por quedarse ayer noche tomando ron y hablando boberías y riéndose de cualquier necedad. Me gusta Yadira. Creo que es la única de nosotros que lleva una vida ordenada: tiene dos hijos que son un terremoto portátil, un marido gordo pero amable y trabajador y que se ve que la quiere, tiene una casa en San Juan de los Morros, trabaja por su propia cuenta y todas esas cosas. Pero más que eso, creo que es feliz. Es una mujer hermosa: alta, morena, delgada, de movimientos ágiles y aplomados. Lo que más me gusta de ella es su mirada: directa y firme. Con ella es capaz de desarmar al más pintao. Más que sus ojos, su mirada es cautivadora y aplastante. Y eso le permite ser una mujer pacífica, una mujer que no necesita gritar ni decir groserías para que la escuchen. A veces pienso que se desperdicia con Rolando, su marido, pero alguna maña tendrá el gordo que a ella le gusta.

Nancy, en cambio, es insoportable: se vive metiendo donde no la llaman, todo lo quiere saber y todo lo quiere arreglar. De todos nosotros, creo que ella es la más parecida a mamá. Y de hecho, ella vive pregonando que es quien más quiere a la vieja. Pero no parece: le ha quitado años de vida llegando de sus fiestas casi al amanecer o dejándose raspar como tres mil materias en el liceo cada vez que tiene exámenes.

Jenifer, mi hermana dos años mayor, es rara. Demasiado callada, demasiado ensimismada, todo el día metida en la cocina. Casi no tiene amigos y le aburren las fiestas, se duerme en el cine y juraría que jamás ha tenido ni siquiera un polvito. Tiene apenas veintidós años, pero por el camino que va, la vieja teme que se quede para vestir santos. Y ni eso, porque para colmo es atea. Yo tengo la teoría de que, como todas las mosquitas muertas, un día se va a aparecer con una barriga de un cura o de algo por el estilo. La vieja me mira con ojos de fuego cuando digo eso, incluso se molesta cuando la llamo mosquita muerta, así no más, sin mala intención.

El caso es que mientras Yadira y Nancy limpian el piso, Jenifer y Cristina, una amiga suya, gorda y maloliente, están trabajando en la cocina. Cheo, el penúltimo de nosotros, y yo somos los encargados de la música. Toda la mañana se nos ha ido revisando los discos que tenemos, clasificando cuáles sonaran en la fiesta y cuáles no. Héctor tiene en la lista de compras que le dimos el último disco de "Las chicas del Can" y el de "New York Band". Música fresca para los panas más modernos. Aunque en realidad esta es una fiesta de viejos: Sonora Matancera, Celia Cruz, Vicentico y Miguelito Valdés, Víctor Piñero, Boby Capó, Daniel Santos, Olga Chorens y cuanto carcamal ayude a removerle el color a la vieja y a revivir sus años de muchachota del cerro Marín. Cheo es un fanático de la salsa. Se gasta todo lo que gana en comprar discos viejísimos, "clásicos", como él los llama. Tiene de todo y hoy, por fin, va a poder usarlos. Además, se pasó toda la semana raqueteando entre sus amigos cuanto disco viejo tuvieran. Consiguió hasta un 45 r.p.m. todo rayado de un tal Miguel Failde, padre de todos los dinosaurios que hicieron sudar a la vieja en sus noches de baile.

Desde que salió de su cuarto, la pure no ha hecho otra cosa que dirigirlo todo. Se apareció con su vieja bata de casa estampada con flores amarillas y rojas, comprada hace como un milenio en Maicao. A la vieja siempre le gustó lo bueno. La batica, curazoleña y de puro algodón, tuvo sus días de gloria, pero hoy da pena usarla. Ella no le para. Le gusta y punto: no se la quita ni para bañarse. La cabeza la lleva envuelta en una pañoleta roja. Desde hace un par de meses no sale de su cuarto sin esa pañoleta, tratando de ocultar la calva que la agarró desde que le dan el tratamiento con la quimio.

En lo que va de la mañana, han venido cuatro clientes. Sólo a uno de ellos mamá accedió a atender. Era una mujercita que daba lástima, delgadita, pálida, con unos lentes gruesos de miope y el pelo reseco y oxigenado cayéndole sobre la cara y los hombros. Al despedirse de ella, la vieja nos explicó:

- La pobre mujer: el marido la engaña. La otra es una morena muy joven y caliente. Los hombres se vuelven locos con una cuchara caliente. Todos son iguales.
- Mamá, usted porque es mujer, pero eso es lo más rico que hay.- le digo.
- Eres un vicioso y un cerdo - me dice mirándome con sus ojos de fuego -. Por eso es que no tienes mujer.
- A lo mejor tengo muchas y usted no lo sabe.
- Ni una tienes. Te lavo los interiores y llevo contadas las veces que te masturbas. Limpia tu mente y verás cómo te llueven las mujeres.

Ignorando lo de los interiores, le digo:

- Con una lluvia así, no es mucho lo que me va a durar limpia la mente.
- Cambia, muchacho. Respeta a las mujeres. Mira que no te voy a durar toda la vida.

La vieja vive ahora recordándonos que no nos durará toda la vida. Nosotros que vivimos con ella, estamos acostumbrados, pero Yadira no. Me dice:

- Pero, ¿por qué la amargas? ¿por qué no te callas de una vez y la dejas tranquila? Ella tiene razón, siempre tiene la razón. ¿No puedes entender una cosa tan sencilla como ésa?
- Es tarado, ¿no te das cuenta? Tiene una bola de semen en el cerebro. Ese es su problema - dice la Nancy.
- ¿Por qué no te mueres? - le respondo a la metida de Nancy y me quedo callado. No me gusta que Yadira me regañe. Me duele que lo haga. Es a la única a quien se lo permito aparte de mamá, y ella lo sabe. Mamá la mira sorprendida y dice:

- Ya, mujer, no es para tanto. El es así. Ya cambiará. Yo no lo veré, pero cambiará.
- No diga eso, mamá - dice Yadira sin poder contener las lágrimas. Deja el haragán sobre recostado sobre la pared y se va corriendo a uno de los cuartos.

- Y a ésa, ¿qué bicho la picó? - pregunta la vieja, haciéndose la desentendida.

Y es que la vieja quiere demostrarnos que no le tiene miedo a la muerte, que se dedicará a ordenar sus cosas y a decirnos lo que tenga que decirnos en el poco tiempo que le queda de vida. Hace poco nos dijo:

- Es un privilegio saber cuándo nos vamos a morir. Generalmente nadie lo sabe y le quedan pendientes mil cosas por hacer, dicen lo que no deben, no piden disculpas cuando todavía pueden hacerlo. Yo tengo la suerte de saber que tengo que hacer muchas cosas en muy poco tiempo. Y eso es una suerte, no hay duda.

Y así nos convencía y se convencía a sí misma.

Yadira y Nancy, después del llantén, siguieron moviendo hasta el último adornito que había en la sala. Lo movieron todo y lo pusieron en el medio, como para que uno pasara y se tropezará si quería ir al baño o a la cocina o a la parte de arriba de la casa. Cheo y yo sufrimos como negros tratando de rescatar el equipo de sonido de entre la montaña de muebles que habían montado en el medio de la sala. Ellas piensan que una fiesta se arma con sólo tener la casa limpia. Lo peor es que la dos bailan más que un trompo, pero son incapaces de ayudar aunque sea un poquito para que la música suene como es debido. Cheo ha conseguido un par de parlantes adicionales que quiere poner a la entrada de la casa para que el sonido se distribuya mejor. No ve la hora de colocarlas y poner el primer disco. Pero mamá, que lo conoce mejor que nadie, le advierte desde la cocina que no quiere bulla en la casa hasta la tarde.

- ¿Bulla, vieja? Me he pasado un mes buscando discos para usted y los llama bulla...
- Ni un solo escándalo hasta la tarde, ¿me oyeron? Y eso va con todos.

Rolando, el marido de Yadira, llega con un verdadero cargamento de cervezas, una caja de ron y los dos terremoticos. Yadira se deshace dando besos. Se ve tan feliz cuando la veo besando a los suyos. El gordo tiene suerte. No es que me guste Yadira ni mucho menos, pero es una tipa escultural y bonita. Si no fuera mi hermana, no sé, tal vez sí me gustara...

- Eso es poco ron - sentencia Cheo.
- Pues eso fue lo que me pidieron que trajera.
- Si se acaba, ya aparecerá. Siempre aparece- le digo. Eso si la rumba se levanta y se pone buena. La pure sale de la cocina y, aunque tiene prohibido tomar, abre una latica de cerveza, deja caer un chorrito sobre el piso (pa' los difuntos) y se la bebe como si estuviera muriéndose de sed y no de cáncer. Todos la miramos, pero nadie dice nada. Hoy se exederá. Tal vez sea la última oportunidad que tenga para hacerlo. Tal vez estemos haciendo todo esto para darle el chance de que se exceda. Sin que lo necesite, se arregla nuevamente la pañoleta de su cabeza. Deja la latica en un rincón y se vuelve a la cocina, a ayudar a Jenifer y a Cristina. Están preparando unos higaditos de pollo fritos en mantequilla con mucho ajo y cebolla picadita. También preparan tequeños y una ensalada de gallina. Eso sí, Jenifer podrá ser mosquita muerta, pero cocina muy bien. Con los restos seguro que se prepara un consomé de gallina, lo mejor para revivir borrachos.

Cheo viene con un poco de cables en las manos, se tropieza con una de las butacas y se resbala con la cera que acaban de poner las muchachas sobre el piso. Cae al suelo de platanazo.

- Fíjense donde ponen las vainas - protesta Cheo entre las risas de Yadira y Nancy.
- Fíjate tú por dónde caminas, pendejo -le dice Nancy.
- Todo una mañana para limpiar un peazo`e sala. Va a empezar a llegar la gente y ustedes todavía con la casa patas pa`arriba. Hay que ser taradas.
- ¡Hey!, respeta, que nadie se está metiendo contigo - lo ataja Yadira.
- Es verdad - se afinca Nancy, quien no iba a dejar pasar una oportunidad como ésta -, además, deja la retrechería y déjanos limpiar. Estorbas, entiéndelo. Arranca. Fuera. Lejos de aquí.

Cheo está mudo de la rabia. Capaz que le dé un infarto y se muera antes que la vieja.

- ¿Qué es lo que pasa? - pregunta mamá desde la cocina.
- Que así no se puede, mamá. Toda la mañana Cheo y el otro han estado dale que dale con la música y no nos dejan limpiar como es debido.
- A mí no me metas en este lío - le aclaro a Yadira. Me mira con ganas de pedir disculpas, pero no lo hace.
- Ya les dije que dejaran la música para la tarde.
- Ya oíste, ¿no? - le restriega Nancy a Cheo, quien, después de levantarse continúa llevando cables de un lado para otro. La vieja se asoma por la puerta de la cocina y lo ve unos instantes. Entonces le grita:

- ¡Cheo!

Cheo se detiene en seco, sin mirar a nadie. Tira los cables contra una de las poltronas que tiene a su lado y sale de la sala hecho una fiera. En su huida se lleva por el medio una mesita y por poco vuelve a caer al piso. Trastabillando logra llegar a la puerta y se pierde. Apenas sale, las muchachas se destortillan de la risa, triunfantes. Yo recojo los cables que dejó Cheo y continúo su trabajo. Calladito y sin mucha bulla. Cheo es demasiado escandaloso.

Son casi las tres de la tarde cuando las cosas han vuelto a su lugar. Con tanta limpiadera, las muchachas han aprovechado para hacerle un despojo a la casa. Son brujas, las tres. Bellas, insoportables o mosquitas muertes, las tres salieron brujas. La vieja las entrenó así. Y lo hará hasta el día en que se muera. En cambio a nosotros, a los varones, no nos dice nada. En el aire hay olor a cera, a perfumes, a inciensos. La pure ya se ha empujado como cuatro laticas. Se ve que tiene ganas de empinar el codo. Está sentada en una de las sillas en la que esperan sus clientes, hablando con Yadira, terminando ambas un plato de consomé que les ha traído Jenifer. Yo he tenido que continuar con lo del equipo de sonido yo solo, ya que Cheo no dejó ni el celaje.

Amelia e Inés, madre e hija, se asoman como con vergüenza a la puerta. Se quedan allí paraditas, esperando a ser invitadas a entrar.

- Pasen, mijas. Pasen - les dice mamá.

Mientras la saludan educadamente, Yadira se levanta y le quita a la vieja el plato vacío de la mano.

- Vine a ver si me podía atender un momentico.
- Hoy no, hija. Estoy de cumpleaños y los muchachos están preparando una fiesta. El lunes será otro día y te atenderé con gusto.

Yadira reaparece con un cigarrillo en las manos y se sienta entre las mujeres a escuchar.

- Un momentico nada más ... - insiste Amelia.
- ¿Todavía no ha aparecido la muchacha ésa?
- Ni la sombra - responde Amelia, agarrando brío.
- No te preocupes, que ella está bien. Ayer lo vimos en el tabaco: está contrariada, presionada, pero está bien.
- Lo que no aguanto es la angustia de no saber cómo está. No llama ni se aparece ni nada, ni ella ni el hombrecito ése. ¿Está segura que no me puede atender ni siquiera un minutico?
- ¡Pero que no te preocupes, mujer! Esa niña está metida en la cama con un hombre, descubriendo los placeres de la vida. Ella está bien, mejor que nunca. Y tú martirizándote sin ninguna necesidad.
- ¿Se fue la Magaly? - pregunta Yadira.
- Sí señor, hace una semana. Y todavía es hora que no sé nada de ellos.
- ¿Y no sabes donde están?
- Sí. Alquilaron una pieza en Petare. Yo sé cómo conseguirlos.

Yadira me lanza una mirada cómplice, con cara de que no entiende para nada a la colombiana.

- ¿Y por qué no va y habla con ellos?
- Porque ese no es el caso - responde Amelia, sulfurada-. Son ellos los que tienen que dar la cara. Ya hicieron lo que tenían que hacer, ahora les toca dar la cara.
- Dentro de poco serás tú la que ande por allí martirizando a tu mamá - bromea Yadira con Inés, la hija menor de Amelia. Apenadísima, ella baja la mirada y se ríe, volteando la cara a un lado.
- Mira cómo se goza la sinvergüenza ésta - continúa Yadira.

Haciendo un gran esfuerzo, Inés controla su nerviosa risa y dice:

- Yo no lo voy a hacer así. Cuando yo me vaya, yo antes se lo voy a decir a mi mamá.

Ante esta confesión, Amelia reacciona como una fiera:

- ¡Usted no me va a decir a mí nada! Que yo no me entere del momento en que comienzas a pensar en cochinadas. Tú agarras tus cosas, como tu hermana, y te vas. Después das la cara, eso sí.
- Pero, ¿cómo le vas a decir eso, mujer?
- Porque así son las cosas. ¿Cómo va a venir esta muérgana a decirme que se va a ir con un hombre que debe ser hasta más pobre que ella y a esperar que yo acepte la situación? Una unión así no la puede aprobar ninguna madre en el mundo. Tampoco lo puedo impedir, pero que no me pidan aprobación. Se vuelven como locas cuando huelen a un hombre. No tienen idea de lo que realmente es un hombre y no quieren escuchar nada una vez que se alborotan.

Todas se quedan calladas, incluyendo a la vieja. En ese momento reaparece Cheo con un montón de discos bajo el brazo.

- Por fin apareces, muchacho. Nada te va a durar en la vida con ese mal carácter que tienes. Ese mal genio va a ser tu perdición.
- Mi perdición son esas hijas suyas, mamá, y no trate de cambiar las cosas - responde Cheo, aun malhumorado. Pone los discos sobre una de las mesitas y me ayuda a terminar de conectar el último de los parlantes, uno de los que irán al lado de la puerta. La vieja continúa sentada, atendiendo a la visita.

- ¿Y sigue enferma?- pregunta Amelia, ignorante del verdadero mal que aqueja a mamá.
- Todavía, pero no me voy a echar a morir por eso.

Un segundo más tarde, Cheo deja correr un disco de Willie Colón. Bajo el atronador estallido de los parlantes, la vieja se queda como petrificada por la sorpresa. Volteando hacia Cheo, le pregunta:

- ¿Qué fue lo que yo te dije?
- Pero si estoy probando el equipo... - se defiende Cheo inútilmente.
- ¿Yo no dije que no quería nada de música hasta la tarde?
- Lo estoy probando, mamá. Después no funciona y uno tiene que salir por allí, en la noche, a buscar que alguien le preste a uno un tocadisco. Además, ya es de tarde - argumenta Cheo.
- Que apagues eso te dije, ¿o es que también eres sordo?

Como movidas por un mismo resorte, Amelia y su hija se levantaron casi al unísono. Cheo apaga el equipo y vuelve a escaparse, pero esta vez se queda a unos cuantos metros de la casa. Las dos mujeres se despiden y se van.

- Estas caliches están de atar- concluye Yadira apenas se van las dos mujeres.

Mamá camina hasta la puerta y se queda mirando a Cheo. El le sonríe y supongo que han hecho las paces con la mirada. La vieja vuelve a entrar en la casa y sube las escaleras que la llevan a la parte alta. Seguro que se va al cuartico donde tiene su altar. Cheo entra y comienza a revisar nuevamente sus discos, a darles un cierto orden que sólo él sabe a qué premisas responde. Jenifer y Cristina salen de la cocina todas llenas de grasa. La una con una cerveza en la mano, la otra con una Coca-Cola.

- ¿Y Héctor no va a regresar nunca?
- El está en lo suyo: compra que compra, aunque no sea para él - le digo.
- Ya no podemos continuar sin mayonesa. No sé por qué le dieron la lista a ese calmúo.

Cheo vuelve a arrancar con la música. Deja sonar una que sabe le gustará a la vieja: Me voy pa´ La Habana de Nelson Pinedo.

- ¡Ay!, pon una de Wilfredo Vargas - aúlla Jenifer. Yadira va de la cocina al cuarto, corriendo con un tetero en la mano.
- Tú como que no has entendido que esta fiesta es de viejos, ¿verdad? - le dice Cheo.
- La fiesta no ha empezado y el equipo no es tuyo, ¿okey? - le replica Jenifer. Van a terminar peleándose otra vez. Yo me retiro y me voy hacia la parte alta de la casa, en busca de la vieja. Debe estar en el cuartico del santuario, donde le fuma el tabaco a sus clientes. Me paro detrás de la cortina, esperando escuchar algún ruido. Sé que está llorando. Tal vez porque sabe que se va a morir, tal vez por los que ya se han muerto.

- Pasa - me dice. Eso le gusta, sorprendernos así, demostrarnos que tiene un tercer ojo que todo lo ve. A veces, cuando nos nota preocupados o tristes, nos fuma un tabaco. Luego nos dice "eso que tanto te preocupa, se va a arreglar" o "esa mujer que tienes en la mente no es buena, aléjala de tu vida". A veces le creemos, otras no, según nos convenga.

Está echada en su sillón de mimbre, frente a su altar. La reina María Lionza ocupa el lugar de honor, en el centro, encumbrada, rodeada de su séquito de indios, animales, negros, José Gregorio Hernández, Simón Bolívar y Juan del Dinero. A un lado tiene un cuadrito con la imagen del Anima Sola suplicando clemencia o compañía en el fuego del purgatorio.

- ¿Otra vez llorando, mamá?
- Nunca se deja de llorar...
- Alejandro vendrá el próximo sábado. No se aflija.
- No es por él por quien lloro. Tu padre y Raúl son los que ya no vendrán.

Raúl era nuestro hermano, tres años mayor que yo. Se ahogó durante una semana santa, en Higuerote. Lo recuerdo tirado sobre la arena. Parecía dormido y se veía fuerte, pero estaba muerto. Mamá gritaba como una loca. Él era el más negro de todos nosotros, como papá. Se lo llevaron en una ambulancia. No me dejaron ir al velorio.

- Esas cosas hay que olvidarlas, vieja.
- No, no se olvidan. Todas las noches lo sueño y maldigo la hora en que se me ocurrió ir a esa playa. Raúl es el único niño que me queda. Todos ustedes se han hecho hombres y mujeres, pero él se quedó como un niño en mi corazón.
- Vamos, vieja, ya está bien. Déjese de eso. Hoy no es día para andar con tristezas.
- Pronto lo volveré a ver. Es lo único que me apacigua la pena de dejarlos a ustedes. Son tan locos todos. Los crié como hermanos y ustedes viven como perros y gatos. Se van a despedazar cuando yo me vaya. Sé que Yadira intentará mantenerlos unidos, pero no sé si pueda.

Llora un poco, con calma, sin desesperación. La vieja es fuerte hasta para eso. La convenzo para que vuelva a bajar. Ella accede. Héctor ya está de vuelta con el montón de cosas que le mandamos a comprar. Aura está sentadita en una silla, aislada de todo el mundo, convencida de que la suya es la actitud más elegante que se puede adoptar. La sala está llena de paquetes, bolsas y regalos que cada quien sacó aprovechando la breve ausencia de la vieja. Héctor le entrega el suyo. La vieja lo abre: un reloj de pared. Si será bruto Héctor: ¿para qué necesita la vieja un reloj?, ¿para que cuente las horas que le quedan de vida? La vieja mira y mira el reloj, pero termina por darle un beso a la bestia.

Los dos terremoticos de Yadira le entregan lo suyo a su abuela. Yadira está a punto de llorar, por la falta de costumbre, ya saben. El gordo está a su lado, tomándola por la cintura. Se me hace que cada vez que el gordo la toca, se la goza. Hay un gran alboroto en la sala. De pronto a todo el mundo le ha dado por hablar a gritos. Cheo siente que el momento ha llegado. Ajusta el volumen del equipo, deja caer la aguja y comienza a correr La Murga de Héctor Lavoe. La vieja está como mareada entre tanta gente y tantos regalos. Abre el de Yadira y encuentra una bata de casa nueva, muy parecida a la suya. La vieja se ríe, tomando la cosa como un chiste. Cheo se le viene encima, la agarra por la cintura y la saca a bailar. Ella acepta, le quita a Cheo la lata de cerveza y bebe un trago enorme. Me mira y veo sus ojos. Están húmedos. Casi brillan.

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VERSIÓN REVISADA (julio 2008). Cuento publicado en "El atador de cabos", Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2000. De venta en las librerías "Del Sur" y las librrías de Monte Ávila. Para mayor información, favor comunicarse con la Editorial a los teléfonos 0212-2656020 ó 0212-2638505. Este relato está protegido bajo leyes de Copyright 1999. La reproducción parcial o total de este relato sólo podrá realizarse bajo estricta autorización escrita del autor o de la casa editora. Email del autor:
mesones@cantv.net.

sábado, 12 de julio de 2008

EL ENGAÑO



El muchacho estaba absorto, quizás jugando con el celular o con algún cigarrillo que no se decidía a encender. Estaba montado sobre su moto apagada, en mitad de la calle poco iluminada. Justo sobre él había un farol que lo bañaba de luz y hacia resaltar el blanco de su franela. Al parecer no se dio cuenta de la presencia de la muchacha que se acercaba a él y, sorprendido, casi se cae con moto y todo cuando la chica lo saludo con un furioso empujón. El se agarró de la moto, evitó la caída, y luego se cruzo de brazos, con la mirada baja. Parecía dispuesto a soportar la rabieta con la que la muchacha lo atacaba. Ella señalaba una y otra vez su muñeca derecha, tal vez mostrándole su reloj y recordándole la hora. Era casi la una de la mañana. El motorizado continuaba con los brazos cruzados, sin importarle los amenazantes manotazos que la chica lanzaba sobre su rostro. En un momento el muchacho levantó la mirada para observar de frente a la chica. Ésta se detuvo en el acto. Luego lo agarró por la manga de la franela y se acercó para olerla. Algo indeseable debió olfatear en ella ya que la chica se puso las manos en la cintura y se quedó en silencio, mirándolo a los ojos. El motorizado quiso aprovechar esos segundos de calma e intentó coger a la muchacha por la cintura. Ella dio un habilidoso giro sobre sí misma y se zafó del indeseado abrazo. El muchacho, por primera vez, no supo qué hacer con sus brazos. Entonces la chica lo abofeteó con fuerza. Sorprendida de lo que acababa de hacer, se llevó una mano a la cara, tapándose los ojos. Probablemente había comenzado a llorar. Dio media vuelta y sin prisa alguna, volvió a caminar hacia el edificio de donde había salido. El muchacho, con los brazos caídos, la observó macharse. Se quedó aun un par de minutos más allí, solo. Luego encendió la moto y se marchó.
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Relato inédito. 2208.

sábado, 5 de julio de 2008

NO SE LO CUENTES A NADIE, POR FA...

Susana se apartó bruscamente de él, llorando. Acababa de decirle que estaba embarazada. Carlos no supo qué responder y se mantuvo callado. Susana dio, furiosa y desesperada, un zapatazo en el suelo y se marchó. Ambos estaban en un rincón de las gradas de la piscina, solos. Sin embargo, algunos los miraban desde lejos, tras la cerca. Era la hora del receso y todos andaban fuera de clases.

Carlos buscó a Javier y le contó todo en cámara rápida.

- ¿Y qué vas a hacer?
- Lo que haya que hacer. No voy a dejarla sola en esto - le respondió Carlos. Dicho esto, ambos corrieron a sus respectivas aulas de clase. Estaban retrasados.

Carlos en realidad no tenía idea de nada. Sabía que apoyaría a Susana en todo lo que hubiera que apoyarla, lo cual significaba que tal vez debía prepararse para casarse con ella y tener al bebé. Pero si decidían no tener al bebé, él igualmente la apoyaría para abortar. En ese caso, debía buscar el dinero necesario.

A la salida de clases se fue a la entrada principal del liceo a esperar a Susana. Esperaba que estuviera más calmada y pudieran hablar mejor. Pero Susana se había marchado a su casa después del receso de las once de la mañana. Eso se lo dijo Lorena, una de las compañera de clase de Susana.

Carlos llamó Susana a su casa, pero aún no había llegado. Según su mamá, la señora Mercedes, Susy aún estaba en clases.

Carlos sabía que las cosas no estaban para perder tiempo, así que desde ese mismo teléfono público se puso en contacto con su tío Omar, quien era apenas unos seis años mayor que él, y ya trabajaba y estudiaba en la universidad.

Se reunieron en el cafetín de Macro, donde Omar trabajaba como asistente de compras. Cuando Carlos le contó, Omar reaccionó más como un tío que como un amigo:

- Pero, ¿se te volvió agua el cerebro? ¿En qué carajo andabas pensando, tarado? ¿Tienes idea de la dimensión del peo en el que andas metido?
- Sí - respondió, sin apartar la mirada del vaso de limonada que aún se estaba tomando.
- Imagino que si me vienes con el cuento es porque no le has nada aún ni Mario ni a tu mamá, ¿no es así?
- No, no se lo he contado a nadie. Pero es que apenas me enteré esta mañana, como a las once.
- ¿Y qué quieres de mí?
- Necesito saber cuánto cuesta un aborto.
- Mucha plata. Como un millón.
- ¡Un millón! - exclamó Carlos, abriendo los ojos de tal forma que parecía se le iban a salir.
- Más o menos, quizás más, quizás un poco menos. Déjame averiguar. ¿Cuando vas a hablar con tus padres?
- Tal vez no les diga nada y necesito me des tu palabra que tampoco lo harás sin mi autorización.
- Eso no te lo puedo prometer. Déjame ver como van pasando las cosas y ya veremos.
- No te preocupes, haremos las cosas bien. Estoy dispuesto a casarme con ella. O si no, la ayudaré con lo del aborto.
- ¿Qué edad tiene la niñita esa, Susana?
- En noviembre cumple dieciseis.
- Es decir, dentro de ocho meses. La carajita tiene quince años, tarado. Es una menor. Si no nos movemos bien, terminarás pudriéndote en la cárcel, o casado como un imbécil.
- Yo quiero casarme con Susana. De verdad que la amo y me quiero casar con ella. Todo esto no viene sino a adelantar las cosas.
- Carlos, métete esto en tu cabezota: tú-no-te-puedes-casar. Aún eres menor de edad, ni te has graduado de bachiller, ni nunca has movido un dedo para ganarte un puto bolívar, ni nadie va a darle trabajo a un comemoco como tú, ¿me explico? ¿Puedes entender eso? No hay nada que puedan hacer para salir de este problema sin la ayuda de sus padres. Te doy tiempo para que tú mismo te convenzas.
- Tío, comprendo muy bien todo eso, pero, ¿no podrías prestarme ese dinero? Te lo pagaré con intereses.
- Escucha, peazo'e pendejo, pero escúchame bien. Yo no gano esa cantidad de dinero ni entres meses de trabajo, así que no lo tengo. Todo lo que gano se me va en pagar la universidad y el carrito ese que me compré. Pero si tuviera esa plata, ni sueñes con que te la daría para hagas sabes dios qué estupidez. ¿Has comprendido bien?



Carlos se arrepintió profundamente de haber hablado con su tío Omar. Sin embargo, antes de despedirse, Omar se lo llevó a un telecajero, sacó cincuenta mil bolívares y se los dio. Le dijo que comprara una nueva tarjeta telefónica y que lo mantuviera informado de la situación, sobre todo después de haber hablado con Susana.

Y eso era lo que realmente Carlos necesitaba: hablar con Susana y analizar juntos la situación. Además, era importante que le advirtiera a ella que no hablara aún con sus padres, aunque comprendía cada vez más que Omar tenía razón: sería difícil salir de ésta sin el apoyo de los viejos.

Eran casi las cuatro de la tarde cuando volvió a llamar por teléfono a Susana. Atendió Francys, su hermanita. Le dijo que Susana había estado en casa pero que había salido casi inmediatamente después de almorzar. No sabía a dónde había ido. Carlos le pidió que al verla, le dijera que él quería hablar con ella, pero sabía que era un ruego inútil, ya que ni bajo tortura china Francys daría jamás un mensaje para su hermana ni para nadie. La niña era un desastre para esas cosas.

Carlos tomó un taxi hacia Colinas de Bello Monte, rumbo a su casa. Encontró a Carla, su hermana menor, escuchando a Link in Park a toda mecha, por lo que supuso que aún no habían llegado sus papás. Respondiendo a su pregunta, Carla le dijo que salvo Javier, nadie más lo había llamado en todo el día.

Respondió la llamada a Javier y le informó que aún no había podido hablar con Susana. Quedaron en verse en una hora.

Luego de darse una ducha, Carlos hizo un recorrido por sus cosas, inventariando sus objetos de más valor y de fácil venta. La bicicleta, el discman, un viejo reproductor VHS, treinta CD's. Eso era todo lo que podía vender, y no llegaría ni a cien mil bolívares. Bajó al estudio y anotó en una libretica el reproductor DVD, pero tampoco sería mucho lo que le darían por él. Pensó en las joyas de su mamá. Recordó su famoso collar de perlas y un prendedor de oro con incrustaciones de esmeraldas, del cual ella siempre decía que valía una fortuna. También estaba el reloj de Mario, su papá, un Rolex de platino. Pero no se lo quitaba ni para dormir. Tampoco su cadena de cochano. «Viejos avaros y desconfiados», pensó Carlos. Pero tampoco hubiera sabido a quien venderle un reloj o alguna de las joyas de su mamá, además, seguro se lo comprarían por una bagatela. Recordó la chequera. Su papá la llevaba siempre en su maletín. Ya antes había imitado su firma para la entrega de algunos boletines de notas, o alguna nota de reprimenda del liceo. Todos se la habían tragado, y en verdad que era una buena imitación. Pero Carlos mismo no podría cobrar los cheques ya que era menor de edad. Tendría que buscar a un adulto para sacar más de un millón de bolívares. Un millón cien mil, esa sería la cifra, para darle cien mil bolívares al que fuera cobrar el cheque. Pero, ¿quién demonios podría ser esa persona?

Apenas llegó donde Javier, se lo propuso:

- ¿Y cuando lo conformen? - preguntó Javier-. Allí se darán cuenta de todo y me meterán preso. Ni de vaina. Búscate a otro.

Carlos no había pensado en eso, en lo de la conformación del cheque. «Malditos desconfiados banqueros», pensó.

- Diremos que es para pagar una nómina. Esos tipos respetan mucho lo de las nóminas.
- Déjate de vainas, Carlos. Que me ponen preso y la cosa se va a complicar. No estoy para esos peos.
- Lo haremos por montos pequeños, de cien mil bolívares cada uno. Once cheques de cien mil bolívares. Tú te quedas con cien mil.
- Déjate de vainas. No quiero ir preso. Ni quiero tu plata. Además, ¿vas a falsificar once cheques? Estás frito, mi pana. Requete-contra-archi-frito.

Carlos tuvo que admitir para sí mismo que Javier tenía razón. La idea no era muy buena que se dijera.

Después de unos minutos de pesado silencio, Javier pensó en el repartidor de periódicos. Era un tipo medio idiota, pero mayor de edad. Y haría cualquier cosa por cien mil bolívares.

- Tal vez haya que ofrecerle algo más - advirtió Javier.

Ahora sólo faltaba que hubiera dinero en esa cuenta. Nunca había dinero en ningún lado, al menos eso era lo que su papá siempre decía. Pero Carlos sabía que en la cuenta del banco Provincial siempre había dinero. Es decir, si había dinero en alguna parte, sería en esa cuenta.

Por si ese plan fallaba, le dijo a Javier que estaba vendiendo su bicicleta, el VHS, el discman y un reproductor DVD. Lo encargó de venderlos al mejor precio posible.

A las seis de la tarde volvió a llamar a Susana. Le respondió la señora Mercedes, la mamá de Susana. Le dijo que estaba dormida. Por el tono amable de la señora se notaba que aún no estaba enterada de lo del embarazo de su hija. Le dijo que la llamaría nuevamente como a las nueve de la noche.

Al salir de casa de Javier se dio cuenta de que no tenía nada qué hacer hasta las nueve de la noche, cuando había previsto llamar nuevamente a Susana. Sin embargo, no quería regresar a su casa. Tomó un taxi y pidió que lo llevaran hasta Sabana Grande.

Tenía que organizar sus ideas. Primero que nada, debía reunir el maldito millón de bolívares. Quería brindarle a Susana la suficiente libertad para que pudiera escoger entre el matrimonio o el aborto. Pero sin el dinero no estaba en posición de ofrecer nada. En el fondo sabía que ella le diría que quería tener al bebé y que se casarían. Carlos tendría un millón de bolívares en su bolsillo, y con eso arrancarían su vida. Ninguno de los dos dejarían de estudiar. Lo harían por la noche, en liceos públicos. Y luego irían a la Universidad. Ella quería estudiar Idiomas, y él, Ingeniería. «Todo se puede hacer en las noches», pensó Carlos. Trabajarían como burros durante el día y estudiarían como bestias en las noches. Se turnarían para atender al bebé. Con el tiempo, cuando le hubieran demostrados a sus padres su determinación de seguir adelante, quizás ellos, sus padres, se decidieran a ayudarlos y se ofrecieran a cuidar al bebé. Entonces, con su apoyo, todo sería más fácil. Pero si nunca los apoyaban, no importaba. Ellos igual seguirían adelante. Se graduarían muy jóvenes y comenzarían a trabajar en sus respectivas carreras. Ya el bebé tendría unos seis o siete años. Se compraría una moto para sacarlo a pasear en las tardes. Comerían helados, a escondidas, para que mamá Susana no los regañara durante la cena. No sé por qué, pero esa idea de salir a comer helados a escondidas lo hacía muy feliz. Dentro de todo, Carlos se dio cuenta de que estaba feliz.

Eran casi las ocho de la noche y recordó que aún no había llamado ni una sola vez al tío Omar. Hizo una cola enorme frente a un teléfono público y lo llamó:

- ¿Dónde diablos andabas metido? - ese fue su amistoso saludo.
- Ya estoy resolviendo las cosas, Omar. Todo saldrá bien - le dijo, tranquilizándolo, como si quien estuviera en problemas fuera el tío y no él.
- ¿Ya hablaron?
- ¿Cómo?
- Que si ya hablaste con Susana.
- No, aún no.
- ¿No? ¿Y eso?
- Está dormida, pero la llamaré a las nueve.
- Quiero hablar contigo mañana, ¿de acuerdo? En mi casa mañana a las nueve.
- OK.
- Sin falta. Pero avísame hoy cuando ya hayas hablado con Susana, ¿okey?
- OK.

Aprovechó su turno al teléfono y llamó a su casa. Atendió Carla. Le dijo que no tenía llamadas, pero vaya usted a saber. Le pidió le dijera a sus papás que andaba en Sabana Grande con Javier, y que no sabía a qué hora iba a llegar. Como sus dos llamadas habían sido muy breves, hizo una tercera conexión.

- Ya te tengo vendida la bicicleta y el DVD. A nadie le interesa el VHS ni el discman - le informó Javier.

Apenas se alejó del teléfono público, cayó en cuenta de que no había comido nada desde el desayuno. No hizo más que pensarlo cuando ya sentía que se moría de hambre. Entró a un McDonald's. Estaba atestado. Al ver tanta gente junta, Carlos pensó que uno se siente más solo en sitios así, en donde todos andan acompañados y parecen ser muy felices. Le hubiera gustado estar allí con Susana. La extrañó mucho en ese momento. La imaginó a ella buscando una mesa mientras él hacía el pedido. Luego comerían juntos, en silencio. O simplemente comentarían lo ricas que estaban las papitas fritas. O le robaría un par de sorbos de su nesté, bajo la protesta de ella, avariciosa como ella sola con sus bebidas. Se sintió muy solo. Tenía hambre, es verdad, pero también tenía frío. Sus manos temblaban. Tenía miedo. Su vida estaba a punto de cambiar de una forma tal que apenas podía imaginarla. Y sintió que ÉL ya no era ÉL. Como si estuviera viendo una película en la que el protagonista era alguien como él, con su mismo nombre, su misma casa, sus mismos padres, su misma novia, pero que en realidad no era él. ¿O era un sueño? Se sintió en medio de un sueño, o de una pesadilla. Ya se despertaría en su cama, llamaría a Susana por teléfono y ella se reiría de esa loca alucinación suya en la que iba de un lado a otro dentro de su cabeza planeando un matrimonio o un aborto. Le dio un par de mordiscos a la hamburguesa, pero apenas si pudo tragarla. Vaya que sí tenía hambre, pero no podía tragar nada. Abandonó su plato sobre la mesa y salió casi corriendo buscando la salida. Llegó a la calle y comenzó a caminar. Le gustó sentirme perdido y arrastrado en medio de aquel río de gente.

No supo de donde le había venido la idea de que necesitaba un trago. En su vida apenas si había probado licor, pero en ese momento tenía un irresistible deseo de tomarse un buen trago. Buscó un bar.

Pidió un gintonic sin que nadie repara en su edad. Era alto y algo corpulento, ya que antes había hecho mucha gimnasia y había nadado mucho y sus musculos se desarrollaron muy bien, así que, ayudado por la penumbra del bar no tuvo problemas en hacerse pasar por mayor. Se bebió el primer trago de un solo jalón, como un vaquero sediento. Pidió otro.

En el bar había parejas, pero también había hombres y mujeres que hablaban entre ellos, sin formar parejas. Había otros hombres que andaban solos, igual que Carlos. Le pareció que eran muy machos y que tras su aparente soledad debía haber una gran historia de amor, como la de él en aquel momento. Engolando la voz, pidió al barman le diera la hora. Eran las ocho y cuarenta y cinco. Igualmente le informó que al lado de los baños había un teléfono público, pero que no sabía si estaba funcionando. Cuando intentó levantarse de su banqueta frente a la barra para ir a buscar el teléfono público, casi se cae. Estaba mareado y apenas si podía sostenerse en pie. Se apoyó sobre la barra, respiró hondo y comenzó a caminar.

Le atendió la señora Mercedes:

- No, no está, Carlos. Fue al cine. Pensé que andaban juntos.
- Si, bueno, habíamos quedado en ir al cine pero luego tuve que cancelarlo - le costaba pronunciar las erres.
- ¿Cómo? Y si no fue contigo, ¿entonces con quién anda?
- Con sus amigas. Señora Mercedes, discúlpeme, pero la estoy llamando de un celular y ya no puedo seguir hablando. Muchas gracias. Hasta luego.

Colgó. Le ponía nervioso hablar con esa señora.

Susana debía estar con Gabriela, pensó Carlos.

Aprovechó su visita al teléfono y llamó a Omar.

- ¿Aún no han hablado?
- Ya hablaremos, Omar. Lo que ahora tenemos ella y yo será tiempo para hablar. Ese no es el problema.
- ¿Dónde estás?
- En un celular. Debo colgar. Te llamo mañana.

Y colgó.

Antes de regresar a la barra entró al baño. Le dolían las tripas y la vejiga, así que cerró la puerta y se senté en la poceta. El sitio apestaba a mierda. Las paredes estaban llenas de notas. Se puso a leerlas. Hubo una que llamó su atención. En realidad, eran dos notas. Una escrita con marcador rojo, y la otra con marcador negro. La primera decía "MARISELA, ¿QUÉ DEBO HACER PARA QUE NO TE VAYAS?" Estaba fechada el catorce de octubre de 1998. La segunda, muchísimo más reciente que la anterior, estaba escrita unos centímetros más abajo, con la misma letra, pero con marcador negro, y decía "MARISELA, ¿QUÉ DEBO HACER PARA QUE TE VAYAS?" Esta no tenía fecha. A la derecha de su cabeza había otra: BRUTALAMAFIA. Más abajo, en letras gordas, se podía leer NO FEAR, RASTAFARI. WE ARE YOU.

Regresó a la barra, terminó su trago y se marchó.

La calle seguía atestada de gente. Ya eran las diez de la noche. Eso le pasaba cada vez que tomaba, que el tiempo parecía darle saltos. El creía que había pasado un minuto, y había pasado una hora. Le dieron ganas de llorar. No podía quitarse de encima esa sensación de soledad. Tenía miedo, mucho miedo. Llegó a la esquina de la calle Villaflor y esperó un taxi. Le dio al taxista la dirección de su casa y se echó a dormir. El taxista era un bruto y en cuanto llegaron lo despertó con un fuerte sacudón.

Dios es grande, pensó Carlos, ya que sus papás habían salido a cenar y no tendría que enfrentarlos con ese tufo a caña que cargaba encima. Entró a su cuarto y se tiró en la cama. Cayó como un tronco.


Al día siguiente, sábado, se levantó con una fuerte resaca. Lo primero que hizo fue llamar a Susana, pero ya había salido.

Ya todo era muy raro. Pensó que la muy loca, al igual que él, debía andar buscando soluciones y salidas a esta situación, pero lo hacía sin buscar hablar con él, el principal implicado, después de ella, claro. Ni siquiera le había dado oportunidad de decirle que él estaba a su lado y que la apoyaría en todo lo que hubiera qué hacer. Carlos no tenía ni idea de las cosas que estaban pasando por la cabeza de su novia. Era obvio, por la forma en que aún le respondían en su casa, que Susana aún no había dicho nada.

Intentó comunicarse con Gabriela (la amiga de Susy) a su casa, pero ella también había salido. Seguro que andaban juntas, y eso estaba bien, ya que eran amigas. Pero, ¿qué diablos estarían tramando ese par de locas? ¿Acaso creían que su opinión no contaba? Sintió pánico ante la idea de que Susana no estuviera considerando el casamiento como una posibilidad. De ser así, todo estaría perdido. Ella asumía que el embarazo y el bebé, eran su problema. Y ya él no jugaría ningún papel en su vida. Hiciera lo que yo hiciera, él estaría fuera.

Recordó su cita a las nueve de la mañana con el tío Omar, pero ya casi eran las once de la mañana. Lo llamó y le dijo que iba saliendo para su casa. Mal que bien, era la única persona de su familia que lo estaba apoyando y no quería quedarle mal, aunque no le encontraba mucho sentido a ese encuentro.

Cuando tocó el intercomunicador de su apartamento, Omar le dijo que él bajaría. Luego le explicó que la abuela de Carlos -la mamá de Omar- estaba en casa, y a esa no se lo podía esconder nada, así que mejor hablarían afuera. Se fueron al salón de fiesta del edificio y, aunque era innecesario, hablaban en voz muy baja, casi en susurros.

- Quiero que me respondas con absoluta franqueza, ¿okey? - así comenzó Omar.
- Ajá.
- Esa carajita, Susy, tu novia, cómo es que sabe que está embarazada. ¿Se ha hecho algún examen serio?
- No lo sé. Pero me imagino que sí.
- Entonces, ¿no están seguros de que realmente esté embarazada?
- Coño, Omar, ¿tú crees que alguien va a venir a decirme algo así sin estar segura?
- ¿Ya hablaste con ella? ¿Ya sabes si se hizo una prueba seria o una de esas porquerías que venden en las farmacias?
- Eso no lo sé, Omar. No he podido hablar con ella desde ayer en la mañana, cuando me dijo que estaba embarazada y salió corriendo. Creo que debe andar con Gabriela, sabrá dios planeando qué cosas. Esas dos juntas son peor que un manicomio andante.
- ¿Cómo es que aún no has podido hablar con ella? ¿Se te está escondiendo?

No supo qué responderle. Tenía razón, todo estaba muy raro. Nunca le había costado tanto hablar con Susana como ahora, desde el viernes. No podía explicarlo, pero era así. Claro, tampoco nunca antes Susana había estado embarazada y seguro que toda su rutina estaba alterada.

- Te voy a dar una opción, pero quiero que la escuches con calma. ¿Okey? Es sólo una posibilidad, pero dada las circunstancias, hay que pasearse por ella, así que no te enojes, ¿okey?
- Está bien. Dime. No me vengas con tantos rodeos.
- ¿Y si ese bebé no es tuyo? ¿Y si es de otro?
- Pero, ¿qué coño dices?
- ¿No te parece extraño que no hayas podido hablar con ella?
- Esa carajita está cagada. No tiene ni idea de qué va pasar con su vida. En este momento debe odiarme, porque no me ha dejado decirle que la estoy apoyando, que estaré con ella sea donde sea que ella quiera estar.
- Está bien, no te molestes. Pero un poco de malicia no te hará daño, ¿okey?
- No la necesito. Susana me adora. Ella es mi vida, y yo soy su vida. Susana no tiene ojos para más nadie, sólo para mí.
- Está bien, pero, tienen que hablar. Tienen que estar seguros de los resultados de ese examen, y verifica que haya sido en un examen serio, ¿okey? Nada de esas porquerías caza-bobos que venden en las farmacias, ¿okey? Deben estar muy seguros de lo que realmente está ocurriendo antes de iniciar el show.
- ¿Cuál show, Omar?
- Usé mal el término, discúlpame. Pero deben estar muy seguros de todo y de lo que van a hacer antes de dar un paso adelante, ¿me entiendes?
- Te entiendo.
- Ya tengo el nombre de un par de clínicas.


Una vez que dejó al tío Omar, Carlos quiso caminar hasta llegar a la avenida principal de Las Mercedes. Buscó un teléfono público y llamó nuevamente a Susana. Nuevamente, atendió su mamá:

- No, Carlos, no está. Salió con Gabriela.
- Puede decirle que necesito hablar con ella urgentemente.
- Sí, claro. ¿Ocurre algo?
- No, nada. Sólo quiero hablar con ella. Ahora debo colgar, le estoy hablando de un celular. Gracias.

Y colgó. Pensó que ya estaba abusando un poco de excusa del celular para deshacerse de las preguntas de la señora Mercedes, así que tendría que pensar en otra cosa.

Llamó a Javier, quien estaba reunido con los compradores. Se fue a su casa y ajustó los precios de la bicicleta y el DVD. Los interesadoss eran Manuel para el DVD, e Ignacio, para la bicicleta. Concretarían el negocio para el lunes. Con la bicicleta no habría mayor problema, ya que siendo de Carlos, pasaría un tiempo antes de alguien notara su falta. Pero el DVD era de la casa y lo usaban casi a diario, así que debía robárselo y lo echarían de menos en pocas horas. Manuel ofrecía por él noventa mil bolívares, mucho más de lo que Carlos esperaba. Sin dudarlo, aceptó.

En la tarde, se reunieron con José, el repartidor de periódicos. Ya Javier le había adelantado el asunto, pero el tipo tenía de tonto sólo el aspecto: quería quinientos mil bolívares de comisión por su trabajo. El mismo sugirió que se hiciera un sólo cheque, el cual él depositaría en su cuenta de ahorro, y luego, al hacerse efectivo a las cuarenta y ocho hora, le daría a Carlos su millón. Aceptó. No había otra. No tenía otra opción que confiar que el tipo no se desaparecería del mapa con todo ese montón de dinero en sus manos.

De regreso a su casa, Carlos comprendió que todo dependía de poder robarle un cheque a su papá y de poder imitar su firma a la perfección. En cuanto a la conformación de la emisión del cheque, no podía hacer nada, salvo dejarlo en manos de dios, del destino y de la suerte.

A las diez de la noche del sábado llamó por última vez ese día a Susana. Aún no había llegado.

El domingo fue un día terrible. quizás el peor de todos. Dado que Susana no respondía a sus llamadas, Carlos había comenzado a considerar seriamente la posibilidad de que a ella no le interesara de tener al bebé. Quizás ella hubiera averiguado por su lado mucho más que Carlos sobre las alternativas de un aborto y simplemente planeaba aplicarlas, sin consultarle ni pedirle apoyo de ningún tipo. Quizás, también, para ella y sus amigas, la Gabrielita y la Samantha, les hubiera resultado más fácil que a Carlos reunir de la nada ese maldito millón de bolívares. Era poco probable, pero, ¿quién sabe?, pensó Carlos.

Estaba agotado y hambriento, ya que aún no había logardo tragar bocado. Se despertó a las once de la mañana y salió a caminar al Parque del Este. Le dio tres vueltas. Exhausto, se tiró sobre la grama del parque. Volvió a sentir miedo. Ya todo le daba miedo. Temía que Susana respondiera sus llamadas telefónicas, pero a la vez temía que ya nunca más pudiera ni siquiera verla. Sentía a Susana como el ser más entrañable de su vida, pero a la vez, el más extraño y ajeno. Trataba de reconstruir su rostro en su memoria, como si hubieran pasado siglos desde la última vez que la había visto. Ya no recordaba siquiera cuando la había besado por última vez.

Antes de salir del parque llamó a su casa. Su mamá le dijo que Javier lo había lbuscando en tres oportunidades y que le urgía comunicarse con él. Lo llamó inmediatamente, pero no estaba en su casa. Eso sí, había un recado: que se pusiera en contacto con él a la brevedad posible.

Carlos estaba indignado. ¿Cómo era posible que Susana no hubiera respondido una sola de sus llamadas? ¿Acaso lo había decidido todo ella solita y lo había dejado pintado en la pared? Si era asi, pues que se fuera muy largo al carajo, ¡recontracarajos!

Se montó en el Metro y se bajó en la estación Bellas Artes. Caminó hasta el museo de Ciencias Naturales. Vio geroglíficos y momias, pero en verdad que no quería ver nada. Sólo ganaba tiempo para volver a llamar a Susana.

Llamó a su casa y sólo tenía dos nuevos mensajes urgentes de Javier. «¡Qué ladilla!», pensó. Lo llamó a su casa. Él mismo fue quien atendió el teléfono. Le preguntó que dónde carajo andaba escondido. Le respondió que no estaba escondido nada y que se encontraba en la estación del Metro de Bellas Artes, pero que ya se iría de allí. Quedaron en verse en el Sambyl, en la entrada principal.

Cuando se reunieron, Javier estaba tranquilo. Al verlo, extendió su mano para que Carlos la extrechara, cosa que nunca hacía y que le pareció muy rara a Carlos.

- Javier, yo ando como loco con todo esto que me está pasando. ¿Qué diablos es lo que tienes que decirme tan importante que tiene que ser cara a cara y no por teléfono? ¿Acaso se echó para atrás el tipo de los periódicos? ¡Sólo eso me faltaba!
- Coño, cálmate. Vamos a buscar un lugar para tomarnos unos heladitos y allí hablamos, ¿te parece?
- Me da igual.

Como era domingo y todos los locales estaban repletos de gente, los amigos decidieron hablar mientras caminaban. Fue entonces cuando Javier se lo dijo:

- Susana no está embarazada.

Carlos no comprendió muy bien lo que acababan de decirle.

- ¡¿Qué?!
- Que no está embarazada.
- ¿Se hizo nuevos exámenes y salieron negativos?
- No, nunca se hizo ningún examen.
- No entiendo. ¿Acaso está embarazada de otro?- recordó la posibilidad que le había sugerido su tío Omar.
- No, de nadie. Simplemente no está embarazada. Y nunca lo estuvo
- Y tú, ¿qué coño puedes saber? ¿Acaso te acuestas con ella?
- Me lo dijo Esperanza, mi hermana. Lo planearon juntas. Susana, Esperanza, Samantha y la Gabriela. Quería terminar contigo y no sabía cómo.
- ¡¿Qué?! ¿De qué me hablas? No inventes vainas, coño.
- Ellas pensaban que saldrías corriendo y te desentenderías del asunto y esa sería la excusa para darte el corte. Nunca previeron que fueras a tomarte tan a pecho todo este asunto.
- Entonces, ¿no está embarazada?
- No.
- ¿Y cómo es que lo sabes? ¿Acaso está embarazada de otro?
- No. No está embarazada de nadie. ¿Acaso no estás escuchando lo que te estoy diciendo?
- Sí, te escucho, pero no entiendo nada. ¿Acaso está enamorada de otro?
- Quizás sí.
- ¿Cómo que quizás?
- Está bien, anda enamorada de otro, pero no sabía cómo terminar contigo.
- ¿Cómo sabes eso? ¿Acaso estás saliendo con ella a mis espaldas?
- No te vuelvas loco, ¿quieres? Me lo dijo Esperanza.
- ¿Por qué te lo dijo?
- ¡Qué voy a saber yo! Tal vez porque es muy lengua larga, o tal vez porque ellas decidieron que me lo dijera para que yo te lo dijera a ti y te quedaras tranquilo de una maldita vez y por todas.
- ¡Verga!
- Así es, mi pana. ¡Verga!
- Pero, ¿cómo se le pudo ocurrir eso?
- ¿Qué sé yo? Son mujeres. Mientras uno mira una cosa, ellas miran diez, y le dan la vuelta al derecho y al revés. Y uno como un tonto, mirando la maldita cosa desde un solo sitio.
- No entiendo, ¿qué coño quieres decir?
- Que son mujeres. Y que son más listas que uno, aunque vengan locas de fábrica.

Le dieron ganas de llorar. De rabia y de vergüenza. Sentía como la cara se le ponía roja y acalorada, como si la estuviera metiendo en un horno.

- Ya no hay nada qué hacer, mi pana. La carajita se volvió loca y te está sacando el culo.
- Sí - aceptó Carlos, sin réplica.

- Yo quería casarme con ella. Desde que me lo dijo el viernes, sólo quería casarme con ella. Nunca me dejó decírselo.
- Vamos, mi pana. Olvídese de eso. Carajitas es lo que sobran.

Ambos amigos siguieron caminando en silencio. Carlos se sentía aliviado, es verdad, pero infinitamente triste y avergonzado.

- ¿Qué quieres hacer?
- Nada. Caminar. Estar solo.
- ¿Seguro?
- Si.

Antes de irse, le preguntó:

- ¿Alguien más sabe de esto?
- No lo sé, Carlos.
- No le digas nada a nadie, por favor.
- De acuerdo, mi pana. Pero recuerda que Esperanza y Gabriela lo saben. Allí no te garantizo nada.
- Eso no importa. Simplemente no se lo cuentes a nadie, por fa.
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Publicado en el libro "Japi berdei tu yu", Playco Editores Publicaciones. Primera Edición 2002. Segunda Edición 2007. Premio "Narrativa Juvenil Salvador Garmendia", edición 2002. Este libro podrá conseguirlo en las más importantes librerías del país. Para mayor información, favor comunicarse a los teléfonos 0212-2354736 y 0212-2372764.
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