lunes, 21 de febrero de 2011

El viejo oficio (¿o vicio?) creativo



Dado el carácter personal de este blog, puedo permitirme ciertos lujos ególatras, como, por ejemplo, hablar de mí mismo.
Tal como ya lo he escrito en recientes oportunidades, acabo de cumplir cincuenta y cinco años. Y eso no sería tan malo si la cuenta se detuviera allí. Pero lo que se me viene encima, a la vuelta de cinco años, es el odioso arribo a los sesenta. O sea, a la vejez plena. Creo que técnicamente podemos ser tildados de ancianos a partir de los sesenta y cinco. Pero ese es, simplemente, un detalle técnico.
Tal vez me repita, pero es que el concepto me gustó demasiado: los cincuenta son la vejez de la juventud y la juventud de la vejez.
Una consecuencia patológica de los años es que los músculos, los tendones y la piel pierdan elasticidad. Pero lo peor es que el alma, el espíritu y el entusiasmo por la vida y por el acto de vivir, también la pierden.
Yo aún no lo he perdido todo y eso me permite vivir en medio de una insensata juventud.
En los últimos seis meses he visto un par de películas que me han sacudido y conmovido con generosa intensidad:  CRAZY HEART, de Scott Cooper y THE WRESTLER, del legendario Darren Aronofsky.
Hace años, lo confieso,  he caído en la seducción de las películas del viejo  Clint Eastwood: LOS IMPERDONABLES (1992), EN LÍNEA DE FUEGO (1993), UN MUNDO PERFECTO (1993), LOS PUENTES DE MADISON (1995), LA CHICA DE UN MILLÓN DE DÓLARES (2004). En todas ellas, un personaje único: un hombre, un héroe venido a menos por su vejez que renace, por última vez, de sus propias cenizas.
Sin embargo, Eastwood es demasiado dulzón para mi gusto. Es decir, me gusta, pero no me gusta. Se acerca, pero no llega. Pero ese acercamiento, sin duda, lo hace, al menos para mí, bien interesante.
CRAZY HEART y THE WRESTLER, en cambio, se dan de frente contra el muro. Y eso sí que me gusta.
En ambas películas la gloria de los personajes va unida, enlazada y casada a su juventud. Para el momento en que los vemos en pantalla, los personajes de ambas películas son unos tipos viejos que sobreviven de las migajas de sus pasadas y casi olvidadas hazañas. Ambos personajes, tanto Bad Blake como Randy, comienzan a hurgar su pasado buscando hijos abandonados (¿y/o tiempo perdido?). Ninguno de los dos encuentra nada por esa vía, salvo desprecio y rechazo.
Acorralados, no les queda otro camino que asumir su presente: su vejez, su ya-se-acabó.
CRAZY HEART asume un final medianamente feliz o conciliador. Ya no me interesa. Me quedo con THE WRESTLER.
Randy, al final de la película y de su vida, asume su destino. En los últimos minutos de la cinta, el personaje dice: “yo era un hombre guapo, y ahora no lo soy”. He leído que ese diálogo lo impuso el propio actor Mickey Rourke para definir a su personaje y (¿quizás, a sí mismo?).
Pero a lo que voy, a lo que quiero decir: el acto creativo es un acto de amor…
Cuando uno apaga la radio después de escuchar una canción, o cuando uno le dedica par de horas a mirar una película o veinte minutos a leer un relato breve, quien canta, quien actúa o quién escribe no aspira otra maldita cosa que la canción, la película o el relato alguien lo vuelva a tararear.
Un último comentario a favor de THE WRESTLER: cuando Randy (una y otra vez él insiste en que ese es su verdadero nombre, como un chiquillo adolescente defendiendo su apodo legítimamente y bien ganado) se sube a los cuerdas, infartado y agonizante, para dar el salto final al que le debe su gloria y su fama, no se limita a darnos más de los mismo. No y no: ese salto, ese último salto, es su obra maestra: es su verdadera gloria. Lo demás, lo anterior, fueron someros ensayos.
Sólo eso.
(Vaya, una vez más creo que he fallado: mis hijas me recomiendan que escriba breve para mis post, y yo siempre ando pasado de palabras…)

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