sábado, 12 de febrero de 2011

Facebook, msn y otras redes sociales: en "vivo y en directo"



La semana pasada leí en Twitter a una joven decir (o escribir en menos de 140 caracteres) que odiaba hablar por teléfono cuando existían otras formas de comunicación (no lo decía, pero imagino que su canal de Twitter era una de ellas).
A comienzo de los ’90 las páginas de chateo hicieron su aparición en la pantalla de nuestras computadoras y causaron verdadero furor. Los salones fueron clasificados de acuerdo a idiomas, regiones, países, edad de los usuarios, estado civil, sexo, amor, bisexuales, homosexuales, deportes, cine, literatura y un largo etc. Había de todo y para todos, pero el rasgo común en cada chateador era una enorme necesidad de entablar comunicación con otro.
Fue así como, de la noche a la mañana, millones de personas ajenas a la costumbre de escribir, comenzaron a hacerlo a través del teclado de sus computadoras. Con el ánimo de abreviar su escritura y lograr una mayor rapidez e inmediatez en la transmisión de sus ideas, comenzó a surgir un sublenguaje lleno de abreviaturas y claves: los sajones usaron las siglas “r u ok?” para resumir la frase “are you okey?”. Por su parte los hispanos redujimos palabras como “que” o “de” a las letras “q” y “d”. Aparecieron las sonrisas y las caritas felices “:-)”  o “LOL”. Hubo transformaciones innecesarias, como por ejemplo “kasa” en lugar de “casa”. Innecesaria, digo, ya que ambas palabras necesitaban el mismo número de letras para ser escritas. Sin embargo, parecía que los recién surgidos chateadores necesitaban crear su propio idioma.
La aparición del MSN vino a brindarle a los chateadores un espacio menos anónimo y de mayor privacidad. Ahora dos personas ubicadas en continentes o países distintos o en la misma ciudad, podían escribirse en “tiempo real”, lo cual era un concepto totalmente distinto al de la arcaica carta o al del novedoso email. La escritura a través del msn permitía la inmediatez, la conexión directa, pero a la vez la mágica “máscara” de la palabra escrita.
Hace cinco años, cuando mi hija Gabriela contaba con quince años de edad, le dedicaba varias horas del día a chatear con sus compañeros de clase. Yo no entendía porque no decidían tomar el teléfono y contarse de una vez, a viva voz, todo cuanto tuvieran que contarse. Ocurría que a través de palabras podían contarse cosas que tal vez no pudieran hacerlo por teléfono ni en persona. De alguna manera la escritura les permitía un nivel de franqueza que difícilmente pudieran haber logrado a través del teléfono o cara a cara. En cualquier caso, era otro nivel de comunicación, distinto a los medios tradicionales.
Sin embargo, toda esa escritura, todas esas palabras, todo ese esfuerzo de redacción y de interpretación de ideas y sentimientos, quedaban reducidos al momento y, en consecuencia, al olvido. Y ya no me refiero a las conversaciones entre adolecentes, sino a la de los adultos, quienes nos apropiamos de esos medios con aparente facilidad…
El concepto de Redes Sociales es un concepto absolutamente reciente, sin embargo el ejercicio de socializar a través de Internet, es un ejercicio viejo (viejo, digo, de hace diez años). Los salones de chateo, el email, el msn. Eran millones de personas en el mundo entero tratando de entablar comunicación con otro, con alguien, con cualquiera, casi sin importar su credo, su edad, su origen. Era un acto desesperado de deslastrarse de la soledad propia y conectarla con otra soledad.
Y desde esa soledad los salones de chateo y los textos de msn se llenaron de palabras de amor, de voces de seducción, de esperanzas de compañía. Allí, en las pantallitas de nuestras computadoras, se desataron pasiones y grandes amores. Algunas jamás pudieron salir de allí. Otros se encontraron por primera vez en aeropuertos, se tomaron un primer café o un buen trago de ron con un “desconocido” al que conocían muy bien. Hubo desastres románticos, desilusiones y decepciones. Pero otros se casaron, se hicieron amantes, tuvieron hijos.
Pero a lo que voy es a que todo ese camino forjado por palabras escritas, esa “literatura” inmediata e instantánea, quedó totalmente disuelta en el olvido. Pero en cualquier caso, no deja de ser interesante ese fenómeno social mediante el cual millones de personas en el mundo entero retomaron la escritura como una forma legítima y efectiva de comunicación, tal como lo fue para nuestros antepasados de todas las épocas. Dicho así, pareciera que el reinado de la comunicación telefónica (incluyendo la celular) fue sólo un breve relámpago de sesenta años de duración. El teléfono pareciera haber quedado relegado para los asuntos de oficina, los negocios, los reclamos. Para las cosas verdaderamente serias como el amor o la amistad, está el msn, los un tanto arcaicos salones de chateo, los canales de twitter o el archifamoso Facebook.
La aparición de las Redes Sociales merece una mención aparte, aunque no muy diferente.
Hace casi veinte años, cuando mi querida amiga Nereida decidió irse a vivir a Madrid, nos mantuvimos en permanente contacto durante muchos años. La dinámica era la siguiente:
Una noche al mes me sentaba en mi mesa a escribirle. Lo hacía a mano. A veces lo hacía en hojas de cuaderno, para que las rayitas ayudaran a mi pobre caligrafía, la cual insistía en trazar caminitos curvos con las palabras que salían de mi bolígrafo. Otras, usaba hojitas blancas, relativamente pequeñas. Algunas estaban hechas de papel a mano. Era un detallito bonito que quería brindarle a la carta. Para que mi escritura no se desbocara, colocaba la hoja sobre una hoja de cuaderno y así poder guiarme por la rayas. Pero eso son sólo detalles.
Aunque generalmente la carta era escrita con bastante soltura, ya que había muchas cosas qué contar, con frecuencia me detenía a pensar en cómo iba a escribir lo que quería decir. Lo más parecido a esta experiencia es cuando solíamos tomar fotos con nuestras cámaras analógicas, cargadas con un rollo de treinta y seis fotografías. Antes de disparar, uno debía pensar muy bien lo que realmente uno quería fotografiar. Uno miraba a través del lente una y otra vez. Nos alejábamos y nos acercábamos. Nos poníamos en cuclillas y nos montábamos en escaleras o rocas, buscando el mejor ángulo. Y cuando creíamos haberlo encontrado, sólo entonces disparábamos la cámara: teníamos las balas contadas y había que apuntar muy bien.
Así eran mis cartas para Nereida: había que apuntar muy bien.
Al día siguiente, o al tras siguiente, con la carta terminada y envuelta en su sobre, me iba al correo a depositarla.
La dichosa carta tardaría un mes en llegar a las manos de mi amiga. Ella la leería, la volvería a leer y en algún momento se sentaría a escribirme su respuesta, también a mano. Al día siguiente ella la depositaría en el correo y un mes más tarde yo la recibiría en mi casa.
¿Logran captar el lapso de tiempo?
Si yo le escribiera hoy y le preguntará qué le pasó con su entrevista de trabajo, su respuesta me llegaría dos meses más tarde. Pongamos que su respuesta haya sido que le fue muy mal y que estaba muy deprimida por eso, mientras yo me enteraba y le escribía palabras de ánimo, quizás ella ya hubiera obtenido un empleo fabuloso.
Por supuesto que podíamos llamarnos por teléfono, pero era tan costoso y le teníamos tanto miedo a ese medio, que estaba reservado únicamente para ocasiones muy especiales.
Luego apareció esa maravillosa herramienta del email. Nada que ver con el pasado. Uno escribía, le daba una revisadita y luego: SEND.
La correspondencia entre nosotros nunca fue la misma. Todo era tan fácil y tan a la mano que no teníamos urgencia para aprovecharlo ni usarlo. Los pocos correos que nos intercambiábamos eran breves, mal escritos, mal pensados y, en definitiva, decían muy poco.
Luego aparecieron las famosas redes sociales, en especial Facebook.
Hay objetos que se inventan y se integran a nuestras vidas de una manera ineludible, obligatoria. ¿Alguien puede imaginarse la vida, por ejemplo, sin la nevera, sin el cine, sin la fotografía, sin las computadoras caseras? Voy a dar ejemplos más sencillos, para redimensionar mejor mi afirmación: ¿puedes imaginarte la vida sin las cotufas, el chocolate en barritas, el Metro de Caracas, aunque cada día funcione peor? ¿Venezuela sin la autopista regional del centro, o los páramos merideños sin la carretera trasandina, Maracaibo sin su puente o la autopista de La Guaira sin sus viaductos? Son cosas que llegaron para quedarse.
Hace días vi la película THE RED SOCIAL, del director Aaron Sorkin (¿judío?), donde se relata la génesis de la famosísima Facebook. Mientras la trama se desarrollaba, pude visualizar que hubo un momento en la vida de todos nosotros en el que la palabra Facebook no existía y otro, en el que esa palabra pasaría a ser una parte importante de nuestras relaciones personales.
A través de esa página me he “reencontrado” con muy queridos amigos del bachillerato, con compañeros de trabajo que se habían ido al exterior, con antiguos romances.
Pero volvamos a mi amiga Nereida.
Ahora ya ni siquiera necesitamos escribirnos emails ni llamarnos por teléfono. Yo abro mi página Facebook y puedo ver fotos de ella, feliz y radiante, en una fiesta madrileña casi de forma inmediata, casi en tiempo real, casi en “vivo y en directo”.
Me basta revisar su muro para saber qué es lo que piensa o de quién se ha hecho amiga.
En pocas palabras, la información suministrada por ella es tan completa y eficiente que prácticamente ya no necesito volver a hablar con ella nunca más en mi vida para “saber”, para “enterarme” de ella.
Estela, una amiga caraqueña, se quejaba hace días conmigo. Me decía: “ya nadie me llama. Y cuando lo hacen y les pregunto cómo estuvo su viaje o su última conferencia o el bautizo de su nena, me responden: “¿no has revisado mi Facebook?””
Todo cambia y se mueve. Afortunadamente.
Me imagino que antaño, nuestros abuelos se sentían indignados al ver como nuestros padres habían sustituido el grato placer de reunirse con los amigos para conversar por una impersonal llamada telefónica.
Quizás tomarse un café y conversar cara a cara, Face to Face, sea una cosa del pasado: para eso tenemos Facebook.
La soledad tendrá la última palabra.

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